El escándalo de Volkswagen puso de manifiesto las contradicciones de la multinacional alemana, como parábola de la contradicción en el poder tanto empresario como político. Un caso que pone en duda a la cultura de toda una nación.
Según Roger Cohen en The New York Times, la empresa número uno de Alemania jugó con el aire que respira la gente. Es impactante. Y en su contexto histórico, es devastador. La consternación se queda corta frente al escándalo de Volkswagen (VW). Estamos frente a uno de esos momentos en los que es puesta en duda la totalidad de la cultura de una nación, en este caso, una que es sinónimo de escrupulosa honestidad, acatamiento de la ley, confiabilidad, sensibilidad medioambiental y abnegada dedicación al bien común.
La consternación se queda corta frente al escándalo de Volkswagen. Estamos frente a uno de esos momentos en los que es puesta en duda la totalidad de la cultura de una nación.
La Constitución alemana, su arquitectura política federal, su pertenencia a la Unión Europea, su lugar en la OTAN y hasta la adopción del euro fueron en cierto modo un corsé diseñado para evitar lo que finalmente pasó: el predominio de Alemania en Europa.
Y justo en este momento, cuando todas las miradas están puestas en el liderazgo alemán -una frase que es desde hace rato un oxímoron-, la empresa que es sinónimo de Alemania instala un software para burlar el control de emisión de gases de sus autos, hace trampa en las pruebas de emisión de gases, libera contaminantes letales con 11 millones de automóviles diésel y declara que efectivamente le importa un pito la salud de la gente mientras pueda convertirse en la automotriz más grande del mundo.
VW no es la primera empresa que amarretea en los costos para ganar más dinero. No es la primera gran empresa que traiciona la confianza de la gente y demuestra su desprecio por la sociedad. Ni siquiera es la primera corporación global que exhibe una irresponsable indiferencia ante el medio ambiente y la salud de la gente. Esa actitud no es específicamente alemana, de más está aclararlo.
VW no es la primera empresa que amarretea en los costos para ganar más dinero. No es la primera gran empresa que traiciona la confianza de la gente y demuestra su desprecio por la sociedad. Ni siquiera es la primera corporación global que exhibe una irresponsable indiferencia ante el medio ambiente y la salud de la gente.
Pero sí hay algo específicamente alemán en ese abismo que separa la rectitud moral declamada y la mala fe irresponsable, entre la alta cultura y las bajas conductas, entre los ángeles alados y los óxidos de nitrógeno. Y hay algo específicamente alemán en el devastador impacto de este caso. VW debería tener muy presente la magnitud de la debacle, mientras evalúa el modo de rectificar el daño que les ha producido a sus clientes del mundo, a Alemania y a sí misma como empresa. La frase para salir del paso de Winterkorn fue una vergüenza.
Alemania ha sido bastante incansable a la hora de recordarle a Grecia sus engaños en las cuentas públicas, su evasión impositiva, su nepotismo, la laxitud de sus costumbres laborales y todo lo demás. Argumentos no le faltaban. Grecia hizo todo lo antes mencionado para arrastrar a Europa y a ella misma al agujero donde se encuentran. Pero la receta prescripta por Alemania -tienen que parecerse más a la laboriosa, honesta, confiable y virtuosa Alemania y lograr todo eso sólo con austeridad- era excesivamente estricta, y ahora todas esas lecciones sobre hacer trampa huelen a profunda hipocresía. Los líderes de la nueva Alemania fracasarán si no logran resistir la tentación de andar impartiendo lecciones.
Alemania ha sido bastante incansable a la hora de recordarle a Grecia sus engaños en las cuentas públicas (…) Pero la receta prescripta por Alemania era excesivamente estricta, y ahora todas esas lecciones sobre hacer trampa huelen a profunda hipocresía.
A principios de este año, cuando un copiloto de Germanwings estrelló deliberadamente su avión contra los Alpes, llevándose con él a la muerte a 149 personas, el presidente de otra gran empresa alemana, Lufthansa, también dijo inicialmente que la aerolínea había hecho todo bien. Poco después debió desdecirse y pedir disculpas por un descuido.
Es hora de que los alemanes hagan examen de conciencia. El liderazgo lo demanda.