Doce años pasaron entre las tragedias de Cromañón y Costa Salguero. Más de una década después, la indiferencia del Estado, la irresponsabilidad de los empresarios y la hipocresía de la sociedad vuelven a escena para explicar lo que sucedió.
La tragedia de Costa Salguero, desencadenada por la muerte de 5 jóvenes durante la realización la fiesta electrónica de Time Warp, muestra la gravedad del hecho y, más aún, de la evaluación y el debate sobre la misma.
¿Quién la tendría que haber evitado? Todos, pero con responsabilidades distintas.
Como en Cromañón hace 12 años, en Costa Salguero hay responsabilidades del Estado: falta de controles, connivencia de fuerzas de seguridad con organizadores inescrupulosos, falta de campañas de prevención sobre el consumo de drogas…
Pero también hay responsabilidades de la sociedad, en general, y de las familias, en particular.
En un típico razonamiento clasista, creemos que las «drogas de los ricos» no matan, como sí lo hacen las «drogas de los pobres», como ser el paco. Error, mil veces error. Si hasta podría ser exactamente al revés.
Las drogas siempre son mortales. Que no maten a nuestros chicos es responsabilidad compartida entre Sociedad y Estado.
Podemos caerle con todo el peso de la crítica al gobierno porteño y al gobierno nacional. Pero en tanto y en cuanto los tejidos sociales a los cuales pertenecen los chicos que tienen a las drogas como fuente de inspirada diversión no tomen conciencia de esta peligrosa realidad, no vamos a lograr detener esta problemática.
Tengo la sospecha de que no tomamos la dimensión de lo que pasó en Costa Salguero sólo por el hecho de que «apenas» se murieron cinco chicos.
Cromañón fue tan duro como hecho, con sus 194 pibes muertos, que fue imposible contener el efecto arrasador que tuvo tanto en la política como en la sociedad. Lamentablemente, esos efectos de la tragedia del boliche de Once pasaron; la política volvió a relajar sus controles y nosotros bajamos la guardia ante el flagelo de la droga entre nuestros chicos.
«En el mismo lodo todos manoseados», dice Cambalache. Ahí estamos todos todavía, años después y con el siglo XXI avanzado, con el agravante de que, además de “manoseados” estamos “endrogados” por sustancias tóxicas y por nuestras ocupaciones cotidianas que nos alejan de nuestros hijos. La proximidad entre padres e hijos seguramente no evite sus muertes a manos de la droga; pero es probable que reduzca esa posibilidad.
Pero no nos confundamos: nosotros tenemos trabajo como padres y familias; pero que el Estado no mire para otro lado. Lo que pasó en Costa Salguero también se podría haber evitado si la droga se hubiese frenado, si el boliche no hubiese rebalsado de jóvenes desenfrenados y, con la droga circulando en el lugar, se hubiese sincerado su presencia y se hubiese controlado su calidad. Semejante propuesta suena a demasiado en una sociedad que todavía niega sus problemas, como un adolescente.
No nos gusta que determinadas temáticas se instalen en los medios sólo por el hecho de que haya muertos; pero ya que (lamentablemente) los hay, aprovechemos para debatir, sin quedar atrapados en el «indignismo» de ocasión.
Porque haya habido menos víctimas fatales que en aquel 30 de diciembre de 2004, que lo sucedido el pasado 16 de abril de este 2016 no tenga sabor a poco, sólo porque los muertos hayan sido 189 menos.