El pueblo santafesino de Villa Ana quedó duramente golpeado por la inundación. Va un mes de sufrimiento, con el agua que baja pero deja sus peores consecuencias en este humilde rincón del norte de Santa Fe, cuyas casas tienen sus paredes mojadas, sus pisos embarrados y un doloroso volver a empezar.
Cuando la ayuda estatal no llega muchas veces nos desesperamos, pensamos inmediatamente que caímos en el desamparo. A muchos argentinos nos pasan estas sensaciones. No siempre, pero alguna vez nos sucedió.
Lo paradójico es que a otros tantos compatriotas, en una condición social mucho más vulnerables que la nuestra, esa sensación no les brota como a nosotros, aún con situaciones límite como tener sus casas cubiertas por el agua de las inundaciones. No les pasa, sencillamente porque nunca esperaron nada del Estado.
Villa Ana es un pueblo de 5.000 habitantes en el noreste de la provincia de Santa Fe. Junto a varias decenas de pueblo similares, nació al calor de la desaparecida «La Forestal», la empresa inglesa que llegó a la región a finales del siglo XIX para quedarse hasta 1966.
Su paso llevó prosperidad pero así también explotación laboral y, finalmente, el abandono mismo de la zona. Los pueblos, fundados al calor de la explotación madedera y del tanino extraído del noble quebracho nativo de la región, quedaron desamparados después del cierre de La Forestal. La empresa fue lo más parecido al Estado que conocieron los pobladores de la región, incluyendo a los de Villa Ana.
Hoy los problemas que tiene ese pueblo y otros más de la zona no son los que tenía en aquel entonces, pero se suman a aquellos, aunque la explicación parezca extraña. En 1998 la inundación tapó todo; 18 años después, y desde hace un mes, el agua volvió a decir presente. Y así emergieron los problemas de entonces y los de ahora: un pueblo pobre, sin fuentes de trabajo, cuyas esperanzas quedan flotando.
En medio de este escenario de pobreza y agua, más el anticipado frío invernal, las manos de los que pueden hacer algo para ayudar a los más comprometidos se ponen a trabajar solidariamente.
Muchas de esas manos son las de los docentes. Y lo son, especialmente, las de las maestras de la escuela 6096 de Villa Ana. Su directora, Cecilia Gómez, mientras se emociona y reconoce que el pueblo no tiene esperanzas de salir adelante, relata el trabajo solidario (¡y por qué no heroico, vamos!) de los docentes que abren todos los días las puertas del establecimiento educativo.
Otra paradoja: cuando se abren las puertas la asistencia de los alumnos es «casi perfecta»; nadie falta, sabiendo que la escuela da el calor (climático y humano) que los pibes de las barriadas pobres necesitan para compensar la humedad, el frío y el desamparo que los reciben en sus ¿casas?
Nada de ayuda estatal llegó a Villa Ana; apenas lo que aporta el Ministerio de Educación provincial a la escuela.
Mientras en la inundación de 1998 el auxilio se hizo presente con alimentos y ropas, esta vez, en pleno siglo XXI, la realidad que los invita a vivir la vida sigue siendo aún peor que cuando La Forestal depredaba el quebrachal para sacarle hasta las últimas riquezas.
Cuando llueve no sólo cae agua del cielo; también emerge la miseria y el abandono de muchos argentinos que todavía no pudieron acceder a un país de oportunidades.