Pasaron casi 16 años de aquel 2001 de debacle, de tragedia y de caída. Por aquel entonces, todo era tinieblas en una Argentina que se desmoronó sin más; nos vinimos abajo en todos los sentidos posibles.
Los años pasaron, la recuperación llegó. Pasamos de la desazón al entusiasmo. Luego fuimos de la algarabía a la preocupación. Y llegamos a la bronca y al hartazgo que quedó demostrado con el final del kirchnerismo.
En este largo recorrido, de caídas, levantadas y recaídas, hay algo que perdura. Ella es la Esperanza. Y hablar de ella, analizarla, no necesariamente significa hacerlo con entusiasmo.
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Un reciente estudio privado arrojó como resultado más relevante que los argentinos seguimos definiendo a nuestro país como una tierra en la que, mirando al futuro, hay expectativas favorables para nuestra Nación. El trabajo es de la consultora Giacobbe y Asociados. Indagó sobre las percepciones de los argentinos sobre su país y su destino. Al tener que definir al país con una sola palabra, la mayormente citada fue “Esperanza”. La segunda palabra más mencionada fue «Futuro». Y entre las 5 más referidas, también está «Oportunidad».
Como señala Giacobbe, “Argentina es aquello que nos identifica, lo común por excelencia, aquello que nos iguala y nos pone en paridad. Aquello que no tiene dueño. Que es de todos y a la vez de nadie, y por lo tanto nos da sentido de pertenencia».
Y agregamos nosotros: vemos que ese lugar en donde todos los argentinos son sentimos que estamos bien juntos no es ni en el pasado ni en el presente: está en el futuro.
Y esto de mirar a lo que vendrá con añoranza, ¿es bueno o malo? No nos atrevemos a calificarlo tan binariamente. Pero sí tenemos que remarcar que desde mucho antes de 2001 seguimos viendo en el futuro las soluciones a los problemas de nuestro presente y los que arrastramos del pasado. Aquí hay que recordar las célebres palabras del filósofo español José Ortega y Gasset, quien en los albores del siglo XX, hace prácticamente un siglo, nos retrataba con una lucidez asombrosa.
Estos boscajes de la lejanía pueden ser todo: ciudades, castillos de placer, sotos, islas a la deriva ―son materia blanca seducida por toda posible forma, son metáfora universal. Son la constante y omnímoda promesa. El hombre está en su primer término ―pero vive con los ojos puestos en el horizonte. (…) La pampa se mira comenzando por su fin, por su órgano de promesas, (…)
Retomando el revelador trabajo de Giacobbe y asociados y utilizando textualmente las conclusiones de su sondeo en nuestra idiosincracia, los argentinos seguimos encontrando a nuestra Nación «en el mañana y no en el pasado. Esta visión, absolutamente positiva, pone su protagonismo en la actual y en las próximas generaciones. La vive como coyuntura propicia. Como ocasión impostergable. Siente que existieron enormes vicios y licencias que fueron paralizantes y dañinas para el país, que hoy en día pueden ser superadas”.
A un siglo de haber sido caracterizados magistralmente por Ortega y Gasset, además de habernos mandado a laburar, «a las cosas», hoy pareciera que seguimos dando vueltas en la habitación intentando encontrar el modo de salir de ella. Tal vez una mejor figura sería la del corredor que sigue preparándose para empezar la competencia, mientras da vueltas en su lugar imaginando cómo va a ganar la carrera antes de correrla.
Lo que queda claro que es que, 100 años después, los argentinos continuamos mirando al horizonte tratando de encontrar el mejor punto hacia donde encarar.
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De chico y aún de adolescente, siempre que escuchaba decir a nuestros dirigentes que los destinos de la Argentina estaban en manos de nuestras futuras generaciones, me preguntaba:
– «¿Por qué estos tipos no se hacen cargo de las deudas del país en vez de pasarlas como una bolsa de problemas a los más jóvenes, a esos que recién empezábamos a entender y a preocuparnos por algunos de los grandes temas nacionales?»
Tengo la sensación de que andamos saltando de generación en generación, pateando los problemas para el futuro.
– «Debemos tener un país de oportunidades para todos».
– «La Educación debe ser la base de nuestra recuperación como sociedad»…
… y frases de ese tipo, se repiten y se repiten con total desparpajo y entusiasmo. Pero no terminamos de hacernos cargo del presente, del hoy.
Como en una sesión de terapia, asumir el presente es ser autocríticos y no autoindulgentes. Ser firmes en el reconocimiento de nuestros problemas y de nuestras imposibilidades.
¿Quién reconoce que en la Argentina tenemos una tendencia casi genética a evadir la ley? ¿Quién se anima a catalogarnos como inconstantes con los compromisos y arrogantes con nuestros logros? ¿Quién se la juega a definir a los argentinos como imprudentes y soberbios en cuanto la vida apenas un resquicio de oportunidad?
A través de lo dicho por nuestros presidentes, nos fue quedando bastante claro este asunto de la mirada perdida en un futuro que nunca llegaba:
. Carlos Menem, con total sinceridad y cinismo, decía: «Estamos mal pero vamos bien». Según el riojano teníamos que bancarnos el mal momento porque ya venía lo bueno.
. Eduardo Duhalde sentenciaba que estábamos «condenados al éxito», tratando de entusiasmarnos con un futuro de esperanza mientras el presente daba pena y congoja.
. Néstor Kirchner decía: «Todavía estamos en el infierno», y nos demostraba a los argentinos que todavía el país no se había recuperado; que lo buen estaba por llegar.
Seguramente el que dio un giro a la hablar del futuro fue el actual presidente Mauricio Macri. Es que el hoy jefe de Estado hizo campaña hablando de un presente más que de un futuro. Habló de una «revolución de la alegría» que él veía en el presente de campaña, tratando de destronar al kirchnerismo.
Aunque no les guste, aunque no lo hayan votado, Macri se hizo presidente prometiendo un presente concreto más que un futuro incierto. Y esta, en mi humilde opinión, fue una de las claves de su éxito que contribuyó a la derrota del kirchnerismo.
Sin dudas, hoy Cambiemos no puede hablar de una revolución de la alegría que estemos viviendo en el presente. El país sigue con problemas que arrastramos de gestiones anteriores. Y sumó nuevos inconvenientes y algunos más que volvieron tras años de ausencia. Como las gestiones anteriores, el actual gobierno también empezó a hablar de futuro y no del presente, al demostrar que no logra solucionar varios de los problemas que heredó de gestiones anteriores y que generó en lo que va de su mandato.
Pero no quiero hablar de la realidad del país, a partir de la dirigencia política.
Hoy estamos para hablar de nosotros, los argentinos y argentinas. De estos que somos, que seguimos empeñados en pensar que lo mejor está por venir. Que seguimos creyendo que algo bueno nos va a pasar en el futuro, aún con el presente en problemas.
Bien podría felicitarnos por semejante optimismo, pero no me animo.
Estoy seguro de que esta confianza en lo que viene nos hace fuertes, muy fuertes con lo que somos y tenemos que ser hoy. Pero, leyendo y releyendo al recordado Ortega y Gasset, sospecho que, aún cuando preservándonos del presente, seguimos sin hacernos cargo de él y aún deseamos un futuro que nuestras mentes dibujan en el horizonte sin mucha definición.
Cuando el filósofo español nos dijo que vayamos a las cosas, nos estaba pidiendo que, más allá de agarrar «el pico y la pala», construyéramos un país de todos y para todos, y no para pocos. Que saliéramos de nuestra pura individualidad para darnos vida colectivamente. Algo que hoy, creo, sigue siendo una deuda.
Un futuro que se quiere hacer realidad entre todos no se puede empezar a construir en el presente, de manera individual.