La pobreza no entiende de fronteras, como así también explica múltiples iniciativas para lograr reducirla. El arte es una herramienta que muchos utilizan como vehículo de integración social para personas que, por su condición de pobres, no pueden acceder al arte o, directamente, lo desconocen.
Christine Pintat conoció a la pobreza en sus múltiples formas en muchos rincones del mundo. Su paso como funcionaria en la Unión Interparlamentaria Mundial le permitió tener la desafiante misión de conocer cómo viven en el mundo los que no logran obtener lo indispensable para llegar al final del día.
De todos los países que visitó eligió la Argentina como campo para su trabajo más fértil en la integración social mediante el arte. Hace 10 años, Christine le dio vida a Casa Rafael, una ONG que trabaja con ese objetivo.
Como ella misma define, el desafío es lograr la resiliencia, es decir, poder hacer «rebotar» a los jóvenes caídos en el fondo de la sociedad para poder emerger mediante la danza, la pintura o la literatura como motor que los empuje.
Cuando uno piensa en la integración mediante el arte, está haciendo foco en el enorme y demorado trabajo de sumar a quienes no pueden acceder a las oportunidades sociales que otros sí pueden obtener.
De eso se trata la inclusión social mediante el arte: no sólo apostar a la televisión o a Internet como palancas para dicha integración, sino incentivar la creación de un arte propio que estimule a los jóvenes a pensar en un modo de sumarse al tren social.
Pero el desafío va más allá: es permitir que el arte sea vehículo de inclusión social y facilitador de una identidad ciudadana para quien accede a la sociedad y a las oportunidades que ofrece.
Como sostiene Christine: «Cuando se los invita a tocar esa parte muy íntima de ellos mismos, los jóvenes producen cosas maravillosas, salen sus talentos, sus capacidades».