Naciones Unidas desnudó una realidad elocuente pero no siempre visibilizada en la Argentina: la de los extremos de riqueza, por un lado, y la pobreza, por el otro. Las recetas para mitigar la desigualdad pasan por una acción decisiva del Estado que, hasta ahora, y en manos de distintos gobiernos, no mostró voluntad de accionar sobre esta problemática.
Uno de los desafíos más grandes que tiene el actual gobierno de Mauricio Macri es lograr la tan deseable recuperación económica. Años de caída en la actividad y la pérdida de empleos constituye un fenómeno que parte de lo económico pero que termina impactando en lo social. Si bien este es el round decisivo, otro, tal vez más difícil, habrá que jugar en algún momento. Será la instancia en la que alguien se va a tener que animar a hablar en la Argentina de los que menos ganan, una inmensa mayoría, contra los que, siendo pocos ganan mucho. Es la cuestión de la desigualdad, un tema central para este programa.
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Mencionamos por separado a la recuperación económica y a la desigualdad. Pero en realidad una tiene que ver con la otra. Lo económico define cómo se repartirá lo ganado. Y cómo se distribuya la ganancia que genera un país explica su modelo productivo; es el Estado entonces el que debe corregir eventuales distorsiones en dicho reparto.
Lograr que la economía crezca es sin dudas un punto de partida obligado. Producir más, generar más puestos de trabajo y aumentar las ganancias empresarias para que ese excedente se reinvierta productivamente constituyen pilares necesarios para empezar a hablar de un país con horizonte favorable.
Hoy el desafío es dejar de «administrar pobreza» (como para utilizar una frase del sentido común, propia de quienes la proclaman cuando el mango no alcanza para llegar a fin de mes). Logrando dicha recuperación, habitualmente pensamos en un binomio que se beneficiará con esa situación: empresarios y empleados. Pero, lamentablemente nuestras sociedades no pueden dejar afuera de esa renta a un tercer actor social, difícil de representar en una palabra pero necesario de identificar.
Tenemos que pensar que países como el nuestro necesitan generan recursos tanto para quien promueve la actividad económica, el empresario, como así también para que se transformen en sueldo para los trabajadores asalariados y en ayuda para quien no puede acceder a ese modelo económico. Por allí pasó el anuncio de la semana pasada del gobierno argentino, al presentar el Plan Empalme. El proyecto buscará que los beneficiarios de planes sociales se incorporen al mundo del trabajo. Algo de eso tiene que ver con la inclusión social.
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Días después de los anuncios del gobierno, Naciones Unidas presentó su informe sobre desarrollo humano en la Argentina. Lo hizo en el marco de los desafíos globales de los países miembros de la ONU. La meta es alcanzar el año 2030 con un crecimiento económico que de mejoras sociales y que cuide el medio ambiente.
¿Pasamos en limpio?
- Hacer crecer la economía
- Bajar la pobreza y la indigencia
- Preservar el medioamiente
El programa de Naciones Unidas para el Desarrollo reconoce en la Argentina varios potenciales:
- capital humano
- sector agropecuario moderno y productivo
- sector industrial heterogéneo (industria de punta, por un lado, sector informales, por el otro)
- servicios (también de alta productividad, por un lado, y de bajo rendimientos, por el otro)
Pero también remarca las desventajas que presenta nuestro país:
- alto nivel de precariedad e informalidad laboral.
- macroeconomía muy volátil (períodos de aceleración, con recesiones y crisis profundas)
- infraestructura con «cuellos de botella» (eléctrica, vial y de transporte)
- El acceso al agua y a la electricidad es extenso, pero el acceso a la infraestructura de saneamiento y redes cloacales es limitado.
- innovación productiva con presupuestos en aumento pero lejos de las economías más desarrolladas.
- inclusión social problemática (pese a haber tenido una modernización social relativamente temprana con la inmigración que empezó a llegar a finales siglo XIX)
- niveles de pobreza y de indigencia muy altos (30,3 % y 6,1 % respectivamente en el segundo semestre de 2016 de acuerdo con el INDEC), con un piso promedio superior al 20 % en los últimos 25 años.
- salud con situación epidemiológica dual (por un lado, enfermedades transmisibles y altas tasas de mortalidad materna típicas de los países subdesarrollados que coexisten, por el otro, con enfermedades no transmisibles (típicas de los países desarrollados)
- sistema educativo presenta problemas similares en cuanto a la fragmentación y la diferenciación de circuitos según calidad (matriculación alta versus tasas de graduación bajas)
- La desigualdad en la distribución del ingreso tendió a revertirse en los últimos lustros luego de la crisis de 2001-2002, pero todavía se está lejos de alcanzar los niveles de igualdad característicos del país hasta mediados de la década de 1970.
- déficit de vivienda, y síntomas preocupantes de segregación residencial entre barrios cerrados en que viven sectores de altos ingresos y villas miseria y asentamientos irregulares.
- la inseguridad es preocupante para la población.
- el acceso a la justicia presenta falencias, sobre todo para los sectores más carenciados.
- la sostenibilidad ambiental de la Argentina se mantiene en valores razonables. El país posee un territorio muy extenso con una gran biocapacidad y una gran variedad de recursos naturales. Las emisiones de gases de efecto invernadero provienen principalmente de la energía, los cambios en los usos del suelo (sobre todo, el preocupante avance de la frontera agrícola a través de intensos procesos de deforestación), la agricultura y la ganadería, en ese orden.
Para el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, la Argentina tiene un potencial de crecimiento muy grande. Pero tiene que hacerlo sumando a todos, no sólo a un sector.
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Primero una aclaración: Cuando se habla de crecer sostenidamente es porque hasta ahora el mundo creció desestabilizadamente. Es decir, mucho crecieron pocos y pocos crecieron mucho.
Por ejemplo, en materia de medioambiente, el crecimiento a toda velocidad de la economía moderna, a vapor, a carbón y a combustibles fósiles hizo que las temperaturas del planeta crecieran y también las lluvias. Un crecimiento económico global muy importante dejó muchos beneficios para pocos, pero asimismo grandes problemas ambientales para todos, especialmente a los que viven en las peores tierras. El saldo es negativo.
Ante esto, Naciones Unidas propone «abordar sistemáticamente las problemáticas que enfrenta Argentina a nivel económico, social y ambiental». Hoy sostener el entusiasmo de los gobiernos (y el contagio del mismo a la población) no puede ni debe ser exclusivamente por la tasa de crecimiento económico.
China, por caso, tiene el honor de haber sido inspirador de la famosa frase del «crecimiento a tasas chinas». Es cierto que crecer económicamente y mucho ayuda a un país. Pero dicho incremento de sus riquezas solo tiene beneficios notorios cuando se parte de condiciones de extrema pobreza y fragilidad social. Es decir: cuando se arranca casi de la nada económica o de algo muy pobre y subdesarrollado.
China creció a tasas chinas durante varias décadas porque no se cansó de sacar gente de la pobreza, especialmente desde su amplio sector rural. Es el país de más rápido crecimiento económico en todo el mundo desde la década de 1980. Registró un promedio de crecimiento anual del 10 % en los últimos 36 años. Pero hoy el gigante asiático ya no crece como entonces.
Se puede y se debe aspirar al crecimiento «a lo chino» cuando se sale de la condición de país de pobreza. Pero una vez que se transforma en uno de clases medias, es necesario pasar a la fase del crecimiento sostenible. Esa es la instancia en donde hoy está China y hacia donde la Argentina irá en algunos años más.
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En tiempos del kirchnerismo, al expresidente Néstor Kirchner se le hacía agua la boca al ver cómo la Argentina post 2001 crecía «a tasas chinas». Crecer por arriba del 8 por ciento anual (entre 2003 y 2008) no hacía más que recuperar el terreno perdido desde finales de los 90 hasta comienzos del nuevo milenio. Pero ese crecimiento poco aportaría a la llamada sustentabilidad económica.
Es más: en tiempos del menemismo la Argentina también tuvo picos de aumento de su PBI de casi el 10 por ciento. Esos picos se dieron en el año 1991, con un crecimiento económico del orden del 11 por ciento, con una caída estrepitosa del 2 por ciento en 1995 y un repunte casi chino del 8 por ciento en 1997.
¿De qué sirvió tanto crecimiento en tan breve tiempo? De poco, porque la Argentina salió asfixiada económica y financieramente, tras haber pagado la fiesta con deuda tomada en el exterior y toda su pesada carga que se desmoronaría en manos de la Alianza, a finales de 2001.
Que quede claro: crecer mucho sin repartir socialmente y, más aún, sin cuidar el medioambiente, cumple acabadamente el famoso dicho popular de «pan para hoy, hambre para mañana». Al salir de la década kirchnerista, la conclusión puede ser similar.
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Al sobrevolar toda la Argentina, vemos cómo se reparte las ganancias entre argentinos, en cada provincia. De acuerdo con el Índice de Desarrollo Sostenible Provincial, elaborado Por PNUD para la Argentina, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires encabeza el ranking nacional ya que presenta «los niveles más elevados en las dimensiones de crecimiento económico, inclusión social y sostenibilidad ambiental». Luego se coloca un grupo de provincias cuyo índice se encuentra por encima del promedio nacional:
- Chubut
- Mendoza
- San Luis
- Neuquén
Más abajo aparecen las provincias debajo del promedio nacional, las que presentan «situaciones heterogéneas» en las distintas dimensiones del desarrollo sostenible.
- Santa Cruz
- Entre Ríos
- Río Negro
- Buenos Aires
- Santa Fe
- Misiones
- San Juan
- Tierra del Fuego
- Córdoba
- Catamarca
- La Rioja
- Tucumán
- Salta
- Jujuy
- Corrientes
- Salta
En los últimos lugares quedan relegadas las provincias con mayor atraso y bajos niveles de desarrollo económico.
- Formosa
- Chaco
- Santiago del Estero
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Un dato que refrenda lo insuficiente de crecer económicamente para terminar con los males de la Argentina es el de la plena vigencia y necesidad de los planes sociales.
Como decíamos, tanto crecimiento económico a tasas asiáticas entre 2003 y 2008, por ejemplo, no impidió que el kirchnerismo terminara resignado a poner en marcha la Asignación Universal por Hijo y otros beneficios sociales para contener a una masa ingente de argentinos que por entonces, pese a las bondades del modelo, seguían chapoteando en las sobras de la pobreza. Con el crecimiento económico no alcanza para hacer aun país más justo entre los más ricos y los más pobres.
Hoy, casi una década después del lanzamiento de la Asignación Universal, el anuncio del gobierno de Mauricio Macri de generar un puente entre el mundo del trabajo y el de los planes sociales constituye uno de las promesas que más entusiasman a quienes entendemos que las salidas a los problemas económicos no solo son recetas económicas.
Y es justamente lo que dice Naciones Unidas: se sale ganando más plata, repartiéndola mejor y cuidando nuestro entorno ambiental. Es decir, hablamos de una salida a la crisis en clave socioambiental.
El llamado Plan Empalme es un anuncio social, más allá de que tenga que ver con el trabajo. Y le falta la pata ambiental, la cual está muy renga en la actual gestión pese a haberle dado vida al llamado Ministerio de Ambiente. Que el gobierno haya decidido priorizar el uso de combustibles líquidos como las naftas y gasoil en vez del gas es una pésima noticia para la preservación de nuestro entorno.
Porque hablamos de que como política de Estado, el actual gobierno priorizará en el negocio del petróleo destilado en vez del gas, que se extrae con costos menores al petróleo y con contaminación menor a los combustibles fluidos. Ahí hay una muestra del retroceso en materia de crecer sostenidamente.
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En definitiva, hoy promover el crecimiento económico per se, atrasa, es de siglos pasados. Hoy los parámetros para medir lo bien que vamos son otros. Hoy decir que estamos salvado económicamente es como creer que porque funcionó la anestesia, el paciente ya está curado.
El mundo habrá cambiado cuando crecer poco económicamente no sea un problema, sino en todo caso una solución, mientras el Estado hace su tarea. Y esa labor es una promesa de gobiernos anteriores y también escuchada en boca de funcionarios de la actual gestión. El compromiso es por la bendita reforma tributaria.
Con la demencial presión fiscal, los impuestos distorsivos como IVA, IIBB e impuesto al cheque, entre otros, será difícil que sintamos ganas de pagar nuestros impuestos. Y mucho menos ganas tendremos de que nuestro aporte vaya a quien realmente necesita un auxilio económico. Eso es solidaridad desde el Estado y una verdadera política de inclusión.
La misma que nos reclama en mundo y que nos debemos, más allá de la tan esperada recuperación económica.