El anuncio del presidente de los Estados Unidos coloca al mundo en un nuevo escenario de crisis global en el que la superpotencia norteamericana borra con el codo lo firmado con la mano y niega un proceso de destrucción del planeta que la evidencia (aún más) como una de las principales responsables de los desastres climáticos que se avecinen.
La pésima noticia sobre la salida de Estados Unidos del Acuerdo De París es un enorme paso atrás en la lucha por tener un mundo, al menos en proceso de equilibrio entre lo que produce y el daño que dicha producción provoca al medio ambiente.
Que la superpotencia del mundo de un portazo en la cara del compromiso de dejar de contaminar al planeta supone, una vez más, la imposición de la teoría del más fuerte. El más poderoso hace lo que quiere con los acuerdos. Y es el que decide qué entendimiento le viene bien, depende las circunstancias.
Que la superpotencia del mundo de un portazo en la cara del compromiso de dejar de contaminar al planeta supone, una vez más, la imposición de la teoría del más fuerte.
Los argumentos de Donald Trump son cristalinos a simple vista, aunque tramposos en sí mismos: el presidente de los Estados Unidos argumenta que el Acuerdo de París, al que sentencia como un mal acuerdo, perjudica a la industria de su país. Y esto representa (argumenta), un impacto en la generación de empleo.
Es sabido que varias empresas dedicadas a tecnologías contaminantes comenzaron a migrar hacia nuevas alternativas. Por caso la industria automotriz empezó hace ya un tiempo a caminar esa senda. Y este rumbo viene provocando despidos de personal por la reconversión de la industria de los autos que migra de los motores propulsados a combustibles fósiles hacia otros que funcionan a electricidad o hidrógeno. Esto sumado a que ya la industria automotriz estadounidense viene groggy por los certeros golpes que le viene dando la competencia asiática y europea.
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Con este portazo de Trump al acuerdo de París, el mundo está en problemas. Pero vale una aclaración: el presidente norteamericano no defrauda con su anuncio. Mas bien todo lo contrario. Donald Trump ya había advertido en campaña sobre los perjuicios de cuidar al ambiente en detrimento de la industria tal como la conocimos hasta ahora, con sus elevados niveles de contaminación. El tipo cumple su plataforma electoral, por la cual llegó a la Casa Blanca.
El gesto de Trump pone a Estados Unidos junto a Siria y Nicaragua, que tampoco se unieron a un acuerdo del que sí forman parte más de 190 países.
El inquilino del Salón Oval tiró por una de las ventanas de su oficina lo comprometido en su momento por su antecesor, Barack Obama. El ex mandatario firmó el acuerdo para reducir las emisiones de gases contaminantes entre un 26 y un 28 por ciento.
El significado del anuncio de Trump viene dado por el peso de Estados Unidos en la economía y en la política mundial. El país norteamericano es el segundo más contaminante del mundo, solo por detrás de China. Los expertos estiman que emite a la atmósfera más del 15 por ciento de los gases registrados en todo el mundo.
Lo que tenemos que ver en esta noticia sobre la ruptura de Trump con respecto al Acuerdo de París es un horizonte sombrío. Está demasiado demostrado que muchos de los fenómenos meteorológicos extraordinarios que padecemos como las abundantes lluvias y las sequías prolongadas en consecuencia del cambio climático. Y el cambio climático es, a su vez, consecuencia de la mano de la especie humana. Es resultado de la actividad humana que perjudica al ambiente.
Que Trump niegue esto es algo similar a la negación del Holocausto. Solo los ignorantes y de los matones pueden desconocer ambos hechos. La diferencia es solo en los modos pero no en los resultados. Holocausto y Cambio Climático mataron a millones de personas, solo que difieren en el tiempo transcurrido como fenómeno mortal.
Que Trump niegue el Cambio Climático es algo similar a la negación del Holocausto. Solo los ignorantes y de los matones pueden desconocer ambos hechos.
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Donald Trump está convencido de que, al abandonar el Acuerdo de París, asume una posición de liderazgo fronteras adentro de los Estados Unidos. La estrategia puede ser correcta pero en el corto plazo. Puede fortalecerse al demostrar que es un mandatario que cumple lo que promete. El problema es justamente lo que dijo que haría.
Más allá de la conveniencia política del portazo, lo que la administración norteamericana no mide (tal vez por que no le interesa) son las consecuencias climáticas del alejamiento de los compromisos del acuerdo de París y el relativo impacto que pueda tener el aislacionismo como estrategia para revitalizar la economía de los Estados Unidos.
Hoy los males económicos de ese país van más allá del cambio climático. La apertura económica desmedida hacia el mundo literalmente lo copó de productos importados, al punto que muchas industrias norteamericanas debieron bajar la persiana definitivamente. El fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos; el mundo desarrollado y el rol central de las empresas globales impactan directo en el trabajo local y lo que su fuerza laboral produce: La transnacionalización de la producción global hace que hoy, en un solo producto, haya componentes de varios países. A cada objeto producido hoy en un país le llegan piezas desde disimiles y distantes lugares del mundo. Esos sitios son elegidos minuciosamente por las grandes empresas dedicadas a la producción, buscando en cada territorio el mayor beneficio al menor precio posible, sea legal o no tanto.
Hoy los males económicos de Estados Unidos van más allá del cambio climático. La apertura económica desmedida hacia el mundo literalmente lo copó de productos importados, al punto que muchas industrias norteamericanas debieron bajar la persiana definitivamente.
Trump promete volver a un mundo económico que ya no existe. Augura producción norteamericana con obreros norteamericanos y componentes norteamericanos. El magnate es un presidente viejo para un mundo demasiado nuevo y dinámico.
Donald Trump quiere cambiar al mundo por decreto, mientras el riesgo es que el mundo lo quiera cambiar a él. La jugada «anticlima» no hará más que seguir horadando su credibilidad a la luz de un concierto de fuerzas mundiales que promete cambiar de partitura, especialmente ante la hegemonía cada vez más notoria de China y su reciente acercamiento a Europa para, juntos, intentar ocupar el lugar de liderazgo global mediante el compromiso de sostener los preceptos del Acuerdo de París, sin los Estados Unidos.
Pero el costo político que podría pagar Donald Trump también podría ser interno. La herencia que deje a los hijos y nietos de sus votantes será un pesado legado de destrucción medioambiental. Será una herencia demasiado pesada y difícil de soportar: Será un mundo más contaminado y más arruinado, muchos menos rescatable de su condena ambiental.