Las magras actuaciones del equipo nacional de fútbol vuelven a mostrarnos que la suma de voluntades no siempre logra objetivos por el solo hecho de reunirse y coincidir en un desafío común, aún con talentos personales (y únicos) como el Lionel Messi.
Las prácticas humanas suelen explicarnos en uno o varios sentidos. Lo que hacemos en un ritual humano puede decirnos lo que somos más allá de ese rito. Y como venimos viendo y sufriendo con nuestra selección de fútbol, hoy bajo el mando de Jorge Sampaoli, mucho de lo que sucede dentro de ese grupo humano, creemos y sospechamos, explica al menos algo de nuestra idiosincrasia argentina.
Una de las definiciones más interesantes a propósito de las sucesivas y decepcionantes participaciones de la selección argentina las dio el psicólogo Marcelo Roffé. El experimentado profesional del bocho nos lo dijo con toda claridad: no es lo mismo grupo que equipo. No es lo mismo juntar a 11 para salir a la cancha, talentosos incluso cada uno de ellos, que preparar a 11 compañeros de juego, todo iguales y distintos a la vez.
Iguales por su profesión, distintos por su posición en la cancha.
Iguales por su compromiso colectivo, distintos por sus personalidades y temperamentos particulares.
Todos juntos pero no amontonados, decimos nosotros interpretando a la psicología.
Pero, claro. Decirlo es una cosa, hacerlo es otra. En una selección pueden sobrar jugadores, pero suele faltar tiempo y a veces hasta escasean las convicciones de los técnicos. Es ese señor en el banco de suplentes, de buzo o incluso a veces de traje, ese que va y viene por la raya de cal, más o menos nervioso; ese es el que decide quiénes juegan y cómo lo harán. Y no suele tener mucho tiempo para tenerlos a disposición.
Ese técnico elige a figuras que son parte de un negocio económico, que tiene dueños y que son los clubes. Son ellos los que ceden a los jugadores y son ellos los que lo entregan esperando algo a cambio.
El laburo del DT es un poco vivir de prestado; es como el tío que recibe a sus sobrinos durante el finde. Solo un par de horas, a lo sumo unos días; cada tanto unas vacaciones juntos. Pero el que cría a los pibes no es el tío. Son sus padres. Son los que los visten, les dan de comer, los educan y los mantienen. Y en todo caso, son los que entusiasman a sus críos a que vayan a pasarla bien con su tío querido. Pero los chicos tienen que ir con ganas.
Jugando con esta comparación, ¿qué tanta motivación tendrán estos muchachos que son convocados para jugar en la Selección? ¿Qué tantas ganas tienen de ir a jugar con su tío? ¿Será que tienen tantas cosas para hacer en sus casas que no le encuentran entusiasmo yendo de visita?
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Volvamos a la pregunta inicial. ¿Grupo o equipo?
No caben dudas de que, cuando la gente se junta, da una suma total que es la de uno más otro, más otro. Pero esas reuniones pueden tener como resultado un número superior a los reunidos. Lo vemos, por ejemplo, en el desempeño de muchos grupos humanos haciendo cosas en equipo. Así advertimos que esto pasa en el mundo del estudio, del trabajo, de cualquier disciplina científica, en el deporte… Grupo no es lo mismo que equipo.
En participación ciudadana pasa algo similar. El compromiso por una causa común nunca logra tanto impacto como cuando la multitud, de acuerdo pero dispersa, logra reunirse en un mismo lugar. Es como una vuelta a la antigua democracia directa de los griegos. Esa juntada da un número total, generalmente superior a la sumatoria de persona tras persona. Esto sucedió en históricas movilizaciones que provocaron verdaderos quiebres políticos e institucionales. Un fenómeno que también se da cuando el pueblo va a las urnas.
No es lo mismo cuando la pertenencia a una misma causa se expresa en movilizaciones y votaciones. Ciudadanos aislados, conectados virtualmente (como sucedes en nuestros días) constituyen un grupo; ciudadanos caminando juntos, codo a codo, por una misma idea, los convierte en equipo.
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La certeza mayor del fútbol son los goles. Sin ellos no hay reconocimiento posible a cualquier equipo. Sin goles no se ganan partidos. Sería como la política sin candidatos. Sin postulantes, jamás se podría ganar una elección.
¿Puede haber fútbol sin goles? Si, claro. Pero sería cualquier cosa menos ese juego del que casi todos gustamos. ¿Puede haber política sin candidatos? Si, claro. Pero no habría democracia.
Y para que haya fútbol y democracia, tiene que haber equipo, ganando y perdiendo.
¿Quién no paladeó al menos un poco y alguna vez una derrota heroica? Una en la que salimos perdiendo, pero satisfechos. Pero… jamás se disfrutará de una victoria sin heroicidad. Siempre sabrá a sopa fría, a triunfo ajeno. Son esos triunfo de otros, aunque nuestros. Tal vez algunos o muchos de ustedes se conformen con una victoria de esa calidad. El que escribe estas líneas prefiere la épica del juego, el legado de los que lucharon aunque perdieron.