En medio de discusiones políticas que nos ponen recurrentemente en veredas opuestas, el país muestra un notable incremento en el número de personas dispuestas a donar sus órganos. Un logro colectivo en medio de frustraciones compartidas.
Mientras la grieta no para de despedazarnos como sociedad, una luz asoma al final de ella. Esa luz tiene que ver con la solidaridad argentina. Un valor que muchos reconocen como un verdadero talento y particular de los argentinos, pero que sin embargo en otros países es un rasgo aún más notorio, como en el caso de España.
El reciente informe de Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (Incucai), revela que en lo que va de 2017, la cantidad de personas que expresaron esa voluntad de donar sus órganos creció un 123% con respecto a 2016. Todo un crecimiento histórico a fuerza de campañas de concientización. El organismo explica este crecimiento en la campaña de concientización que vienen realizando que «tuvo un fuerte impacto». Sin dudas, todo un logro.
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Nuestra sociedad suele dar verdaderos ejemplos de solidaridad ante fenómenos crudos y duros. Son muchas las postales históricas de los argentinos como decididos donantes en circunstancias como el terremoto devastador de San Juan de 1944 o las inundaciones que vienen golpeando con dureza al litoral y ahora la región pampeana. Incluso también lo fuimos en el inicio de la guerra de Malvinas (con un concepto patriótico que la historia sabrá juzgar en su momento sobre el comportamiento colectivo que el pueblo argentino tuvo ante aquel hecho y la dictadura que lo promovió).
Somos solidarios en lo puntual, y ahora parece que lo somos pensando más allá de nuestra propia vida, convirtiéndonos en donantes de nuestros órganos. Sin embargo, ahora nos falta ser solidario en lo cotidiano, en la rutina diaria.
No en vano aún hoy en día tiene vigencia (aunque menguada) el concepto de Justicia Social que tuvo ascendencia y reconocimiento social a partir de la primera parte del siglo XX, idea abrazada por procesos políticos como la socialdemocracia europea y el primero peronismo, en la Argentina. Esa denominada Justicia Social es, ni más ni menos, que el rol político del Estado y su injerencia en lo social, reparando una sociedad que aún vive una profunda grieta social, más o menos visibles, depende el país. Cuando la solidaridad de un pueblo está debilitada, el poder político necesariamente termina jugado con su protagonismo, para fortalecer esos flojos lazos sociales o bien para valerse de esa carencia para instaurar regímenes populistas.
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En la Argentina, una de las definiciones más desafiantes y provocadoras sobre el tema la dio el titular del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, Agustín Salvia. Consultado sobre la pobreza estructural argentina, esa que parece eternizarse en un 25 por ciento, sin miras de bajar, el especialista en temas sociales disparó:
«Vamos teniendo varias capas de pobres y excluidos al mismo tiempo que vamos teniendo una clase media que efectivamente prospera. Y esa clase media próspera es muy egoísta. Mira su ombligo. Más allá de cómo vote en cada elección no tiene ideología, compra espejitos de colores.»
Y yendo a las razones de ese egoísmo como patrón de conducta, Salvia se remonta a la historia reciente del país.
«Desde la dictadura, con Alfonsín, con el menemismo, con el kirchnerismo, con Cambiemos. Siempre comprando espejitos de colores, políticas de corto plazo, coyunturas favorables. Y no tiene compromiso de proyectar un país con un horizonte distinto. Nos falta una clase media con condiciones, con compromiso, con perspectiva de mediano y largo plazo».
El titular del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, Agustín Salvia, remata su pensamiento apuntando a ella, a la grieta:
«La grieta lo que hace es evitar las grandes discusiones. Nos desvía de poder discutir los grandes temas de política de Estado que tienen que darse en el país. Más allá de los brotes verdes y de la luz al final del túnel que pueda estar viniendo, todas estas son discusiones de corto plazo».
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¿El problema es un nuestro egoísmo o nuestra miopía como proyecto de país? ¿Qué nos impide ver una salida en común, con diferencias pero sin distancias irreductibles?
En el país del sálvese quien pueda, vuelvo a quedarme con los datos del Incucai, sobre el histórico crecimiento de los voluntarios para ser donantes de órganos. Mientras tenemos una dirigencia política perfectamente agrietada y una porción considerable de la sociedad en un debate entre buenos y malos, que otros argentinos, tal vez los mismos, decidan entregar parte su cuerpo para salvar la vida de otro argentino no parece ser poca cosa.
Cómo decíamos antes, solo resta que además de ser solidarios con nuestros restos (convertidos en órganos para aquellos que siguen peleando de este lado de la vida), seamos solidarios en el mientras estamos, de este lado de la existencia, mientras le vamos dando pelea al mundo.