Unos 100 mil niños mestizos fueron sometidos a la asimilación forzada durante un siglo. La violencia contra la comunidad aborigen, que continúa produciéndose, es considerada una «tragedia nacional».
«¿Es posible que los políticos fueran realmente ignorantes o era un plan maestro deliberado hecho para desmantelar la raza aborigen?», pregunta retóricamente Greg Ugle, que era un niño de 9 años cuando en 1963 fue extraído de su hogar. «Mi abuelo, mi madre biológica y yo llegamos al punto de creer que el suicidio sería la única salida», se espanta. «Tres generaciones tuvieron el mismo pensamiento, que esta era la única solución ¿Cómo se puede lidiar con ser siempre una minoría en el propio país?».
Este y los demás relatos citados fueron extraídos de Stolengenerationstestimonies.com, página de Stolen Generations’ Testimonies Foundation (Fundación Testimonios de las Generaciones Robadas), una iniciativa civil australiana con sede en la ciudad de Sidney.
Las generaciones robadas, también conocidas como los chicos robados, incluyen a unos 100 mil niños mestizos sometidos a la asimilación forzosa durante un siglo. La mayoría eran hijos que de hombres europeos y mujeres autóctonas que el Estado separó sistemáticamente de sus hogares para educarlos en internados oficiales. La estrategia comenzó a desarrollarse con la llamada Ley de Protección de los Aborígenes de 1869 y fue gradualmente desactivada a partir de 1967, tras una histórica consulta popular que reconoció a los aborígenes la condición de ciudadanos.
«Sentían [las autoridades] en ese momento que debido a nuestras pieles claras podríamos ser asimilados», dice Murray Harrison, que era un niño de 10 años en 1948, cuando fue sustraído. «Ese es el motivo equivocado que tuvieron para llevarnos», revela. «Si nos hubieran tomado porque nos estaban descuidando, entonces podría entender eso; pero estábamos muy bien cuidados, éramos niños muy felices».
«Quiero que la gente sepa cómo nos llevaron y cómo crecimos», dice Donna Meehan, que era una niña de 5 años en 1960, cuando fue sustraída. «Solo aprendimos sobre el Capitán Cook y quiero que la gente conozca la historia real sobre lo que sucedió a los aborígenes».
El capitán James Cook fue el marino inglés que en 1770 inició la colonización británica de Australia, una conquista que sigue en pie. El país está organizado como monarquía parlamentaria constitucional federal y reconoce a la reina de Inglaterra como jefa del Estado. La violencia aplicada por los colonos ingleses sobre los nativos tuvo salvajes consecuencias demográficas. Algunos historiadores calculan que en la época de Cook había más de un millón de habitantes autóctonos en el subcontinente y que a principios del siglo XX la comunidad aborigen contaba alrededor de 50 mil miembros.
«Fui puesto bajo el control de la Oficina de Bienestar Aborigen a través del Tribunal de Menores en Sydney», dice Vince Wenberg, que tenía 8 años cuando en 1944 se convirtió en un chico robado. «Mis dos hermanos Gustave y John y mis seis hermanas Amy, Adelaide, Rita, Valerie, Dorothy y Patricia se separaron y se colocaron en diferentes hogares», enumera. «Mis hermanos y yo fuimos admitidos en Kinchela Boys Home, en Kempsey, y mis hermanas se separaron entre Bomaderry Children’s Home y Cootamundra Girls Home».
«Como sobreviviente de las generaciones robadas, sé que nunca superás del todo las cosas», dice Debra Hocking, que era una beba de un año en 1961, cuando fue llevada. «A veces no te recuperás completamente; lo que hacés es adaptarte y construir tu vida alrededor de las cicatrices; eso es lo que tenés que hacer para sobrevivir», confiesa. «Y muchos de nosotros hemos sobrevivido; es la fuerza del espíritu aborigen lo que nos mantiene vivos».
«Fui llevado de niño con mi hermana a Wandering Mission for Children [Misión Itinerante para Chicos], dice Melbourne Hart, que tenía 5 años cuando ocurrió aquello. «Fuimos llevados allí por la Oficina de Bienestar Aborigen de entonces; nos dijeron que nuestra familia no nos quería; eso dijeron las personas que nos atendieron, mientras estábamos bajo su cuidado».
La violencia contra los aborígenes continúa
«Un día de la historia algunos políticos votaron colectivamente un proyecto de ley», dice Donna Meehan, la misma de un testimonio anterior, sobre la Ley de Protección de los Aborígenes de 1869. «Pero las ramificaciones históricas incluyeron décadas de manifestaciones espirituales y psicológicas», agrega. «Las consecuencias desfavorables hasta hoy tienen un impacto significativo sobre las aspiraciones, la autoestima, la identidad, el sentido de pertenencia y la transmisión de la cultura».
En 1992, Paul Keating, primer ministro australiano, dio un célebre discurso de reparación en el que dijo: «Los colonos europeos fueron responsables de las dificultades que siguen enfrentando las comunidades aborígenes australianas». En 1999, John Howard, sucesor de Keating, redactó una propuesta de reconciliación aprobada por el Parlamento que dice: «el maltrato de los indígenas australianos es el capítulo más oscuro de la historia nacional». En 2008, Kevin Rudd, otro primer ministro, redactó una propuesta de disculpa aprobada asimismo por el Parlamento que dice: «nos referimos en particular al maltrato de aquellas que fueron las generaciones robadas, ese capítulo vergonzoso de nuestra historia nacional». En 2016, George Brandis, fiscal general, definió la violencia contra los nativos una «tragedia nacional» que continúa y que espera justicia.
«Al ser un aborigen, muchas personas podrían pensar que no tenemos una columna vertebral y que somos débiles», dice Joan Saylor, que era una recién nacida en 1928, cuando fue tomada de brazos de sus padres. «Me gustaría hacerle saber a la gente que hay bastantes de nosotros que tenemos la fuerza de voluntad para mantenernos en pie cuando surgen experiencias como esta», se atreve. «Tenemos una columna vertebral y un poder de voluntad para defendernos ante problemas sobre lo correcto y lo incorrecto».
Australia ocupa actualmente el puesto 12 entre las mayores economías del mundo gracias a sus exportaciones mineras, la industria de telecomunicaciones y una estructura fabril altamente desarrollada. Paradójicamente, es el único país democrático del orbe que carece de una declaración general de derechos de ningún tipo; esto es criticado duramente por las organizaciones humanitarias locales y extranjeras.
«La gente debería saber cómo fuimos tratados», dice María Starcevic, que era una recién nacida en 1933, cuando fue sustraída. «No llevo exceso de equipaje conmigo; lo he superado; he sido muy afortunado de tener tan buenos amigos a mi alrededor», reflexiona. «Después de salir del Orfanato del Buen Pastor, fui a Sydney y conocí a personas hermosas que cuidaban de mí y nunca volví a mirar atrás; fui muy afortunada; creo que mi sentido del humor me mantuvo viva».
«La sensación de pérdida y pena por haber sido removida cuando era bebé dejó una cicatriz tan profunda que la recuperación parecía casi imposible», dice Debrah Hocking, que era una beba de un año en 1961, cuando fue llevada. «El perdón permite nuestra propia curación, pero eso no debería llevar a olvidar los actos incorrectos e injusticias», agrega. «Mi mamá y mi papá estoy segura de que me habrían amado mucho, y el dolor que debieron haber soportado es inimaginable», deduce. «Mi fuerza de espíritu ha sido desafiada muchas veces, pero ha mantenido a raya la ira y la frustración».
Australia tiene 25 millones de habitantes, de los cuales aproximadamente 700 mil son considerados estrictamente dentro de comunidades aborígenes. Del total de pobladores, un tercio reconoce su ascendencia en ancestros ingleses, otro tercio declara poseer sangre autóctona en distinto grado y el resto se reparte entre distintos orígenes europeos (irlandeses, escoceses, alemanes, italianos, holandeses), y asiáticos (principalmente chinos e indios).
La esperanza de vida al nacer de los integrantes de la comunidad aborigen es en promedio una década más baja que la de los demás australianos. La tasa de suicidios entre las etnias autóctonas es tres veces más alta que la media nacional. Los adultos indígenas tienen 13 veces más probabilidades de ser encarcelados que el resto de los ciudadanos. La tasa de detención estatal para los jóvenes aborígenes es 24 veces mayor que para los demás pobladores de su edad.
«Quiero que el mundo sepa la verdad sobre lo que nos han hecho», dice Cecil Bowden, que era también un bebé de un año en 1941, cuando fue extraído. «Una gran cantidad de gente cree que lo pasamos bien, pero fue una vida terrible», sintetiza. «Las personas de las casas en las que yo estaba y la policía en Australia me llevaron al infierno», denuncia. «Kevin Rudd dijo lo siento y cree que ese es el final; abrió viejas heridas pero no se ha hecho nada desde entonces para rectificar las cosas».