Historias

Antonella Zazzarino: «Marcela es mi mejor amiga y mi ángel de la guarda»

«Recuerdo todo como si hubiese sido ayer», dice la testigo clave del crimen impune de la hija de Nora y Eduardo Iglesias; la víctima tenía seis años; murió en 1996 en el paseo porteño que hoy lleva su nombre.

por Lucio Casarini

«Yo soy la marinerita, niña bonita del regimiento / todos los soldados me saludan al momento / en guardia, me saludan y me dicen al pasar: / marinerita, niña bonita, yo me quisiera casar con vos / una semana, tal vez mañana, nos casaremos tu y yo».

Antonella Zazzarino recita de memoria la canción infantil que coreaban ella, Marcela Brenda Iglesias y Lucía Acosta Ryan en el momento fatídico, aquel 5 de febrero de 1996. Las tres niñas visitaban el entonces llamado Paseo de la Infanta de la ciudad de Buenos Aires con la colonia del Club del Banco Hipotecario Nacional.

Una gigantesca escultura de hierro, oxidada y expuesta sin permiso ni medidas de seguridad en la zona de tránsito peatonal, se desplomó de pronto sobre Marcela, de seis años, que murió en el acto. Antonella y Lucía, de cinco, se salvaron de milagro; recibieron solo heridas leves. El cuerpito de Antonella encajó providencialmente en el hueco central de la creación artística, una herradura de dos metros y medio de alto, y 270 kilos de peso, bautizada Elemento.

Diana Lía González de Lowenstein, galerista que usurpaba el espacio; Danilo Danziger, autor de la escultura —fallecido en 2013—; y varios funcionarios —el predio es un área pública— interpusieron infinidad de ardides legales para evitar el juicio. La Corte Suprema de la Nación, misteriosamente, sin mencionar un solo argumento, declaró el caso «insustancial y carente de trascendencia».
A casi un cuarto de siglo del hecho, Nora y Eduardo Iglesias, los padres de Marcela, esperan una respuesta de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con sede en Washington, Estados Unidos, que podría elevar el expediente a la Corte Interamericana, situada en San José de Costa Rica.

«Por el shock emocional»

«Con Lucía Acosta Ryan no tuve más contacto «, dice Antonella, hoy de 30 años. «Me hace bien poder hablar de la tragedia y me encantaría que también Lucía pudiera juntarse a hablar».

«Me costó muchísimo tiempo poder hablar de lo que pasó y no llorar. Hasta el día de hoy me hace mal ver accidentes o películas donde muere gente, es algo que voy tratando en terapia».

«Empecé a ir a la psicopedagoga porque tenía muchas pesadillas, no podía dormir y me hacía pis en la cama. Me acuerdo de que en las sesiones me hacían dibujar la estatua y no me olvido nunca de que la psicopedagoga me dijo una vez: Antonella, quedate tranquila, no fue tu culpa. Yo sabía que no había sido mi culpa, pero no sabía y no entendía por qué se había muerto Marcela».

«Perder a una amiga con tan poca edad es muy doloroso. Pasé por muchos momentos emocionales diferentes en estos años. A los 15 años míos soñaba con ella, que me pedía que la dejara descansar en paz».

«A veces pienso un montón de cosas. Como qué pasaría si no hubiera sucedido el accidente: mi vida sería otra, pero no sería la persona que soy. También la bronca de por qué nos pasó eso siendo tan chicas».

«Tengo diabetes tipo uno. A los ocho años empecé a adelgazar rápido y ahí me descubrieron la diabetes, que fue por el shock emocional del accidente. Me cambió completamente la vida. La verdad es que la tragedia y la diabetes marcaron mi vida de buena y de mala manera».

Antonella Zazzarino poco después de la tragedia (foto de Gabriel Piko. En Diego Japas. «Esta nena fue testigo de un crimen». Gente, 16/5/1996).

«Iba a pasar algo»

«Al momento del accidente, yo tenía cinco años. Íbamos con mis dos hermanas a la colonia del Club del Banco Hipotecario. Mis hermanas tenían Mariela siete años y Micaela tres».

«Mis padres Ángel y Edelmira trabajaban en el club. Mi mamá [conocida como Poly] era empleada administrativa y mi papá entrenador físico de hockey y fútbol. Vivíamos en un departamento ubicado en Villa Celina [partido bonaerense de La Matanza], a unas pocas cuadras del club. Vivimos nuestra infancia ahí; nos encantaba ir a la pileta; charlábamos con todo el personal del club».

«Mis papás me cuentan que era muy amiga de Marcela y esperaba todos los días que llegara el micro que la traía desde la casa».

«Cómo estaba ese día el clima no me acuerdo, para mí era lindo porque íbamos de excursión».

«Fue la primera tragedia que viví, tres de mis abuelos fallecieron antes de que yo naciera. Mi mamá me cuenta que pasaron con mi papá por la iglesia Santo Cristo [barrio porteño de Villa Lugano] y ella no quiso entrar porque sentía que iba a pasar algo y desde afuera le pidió a la Virgen que nos protegiera».

«Un charco de sangre»

«Fuimos de excursión con la colonia del Banco Hipotecario al Paseo de la Infanta [hoy bautizado oficialmente Marcela Brenda Iglesias]; estábamos divididos en dos grupos por edades; en el nuestro éramos niños de dos a seis años, con dos profesores [María José Desimone, que estaba embarazada, y Pablo Sebastián Rufino]».

«Con Lucía y Marcela éramos las más grandes. Estábamos esperando que abrieran los juegos, empezamos a caminar. Nuestro grupo paró en el arco más grande [el número siete, que conecta ambos márgenes del viaducto ferroviario] para que los profes nos ataran los cordones».

«Vimos la estatua; estaba muy oxidada; estaba en el medio de la plazoleta. En el paseo había muchas esculturas [en total 12]. Cuando pasó el tren por arriba se cayó, se cayó así para adelante. Cuando abrí los ojos vi a Marcela aplastada por la estatua y mucha sangre en el piso. Le había aplastado la cabeza y la mitad del cuerpo».

«Los profesores, entre gritos y llantos, pudieron mover un poco la estatua. Yo había quedado en el hueco en posición de perrito. Ví a mi hermana [Micaela] y a los otros chicos llorando y salí gateando para estar con ellos. El profesor agarró a Marcela del brazo, la sacó de abajo de la escultura y se desmayó en un charco de sangre».

«Todo pasó en un segundo. Había mucho ruido, entre los gritos y los llantos. Yo estaba muy asustada y no paraba de decirles que quería a mi mamá».

Una de las esculturas mellizas y homónimas de la que mató a Marcela Iglesias. Es más espigada, pues mide cuatro metros y medio. Está en el Parque Sócrates de Esculturas de la ciudad de Nueva York, Estados Unidos (En «Danilo Danziger. Artworks». Socratessculpturepark.org).

«Señalé la televisión»

«Me subieron al micro con mi hermana Mariela, que estaba en el otro grupo. La señora del micro me decía que mi mamá ya estaba en camino, pero nunca le avisaron. Ella vio que tenía cortado en la parte de atrás de las rodillas, me limpió con agua oxigenada las heridas. Por la ventana vi que se la llevaban a Marcelita en una camilla tapada con una sábana blanca».

«Llegamos y esta parte me cuenta mi mamá. Que yo bajé del micro rengueando y preguntó mi mamá qué me había pasado y la señora del micro le dijo: nada, seguro se está haciendo o se habrá tropezado. Llegamos al departamento y dice mamá que yo no quería hablar, que de golpe empecé a llorar y señalé la televisión. Estaban dando la noticia y ahí se enteró de qué había pasado».

«Recuerdo todo como si hubiese sido ayer. Para mí la tragedia significó muchísimo en mi vida».

«Nos echaron la culpa»

«Después [el 9 de marzo de 1996], fuimos [al escenario de la tragedia] con todos los de la colonia a plantar el árbol [un jacarandá donado por la Asociación Amigos del Lago de Palermo] en honor a Marcela».

«Los meses siguientes fueron caóticos. Me hacían pericias a cada rato. Tuve que volver a ir al Paseo de la Infanta a contar cómo había pasado. Venía mucha gente a casa: abogados, periodistas, etc. Empezamos a hacer muchas entrevistas. Me acuerdo de la nota de la revista Gente, nos hicieron ir al paseo a conversar y tomar fotos».

«De muchas cosas me fui enterando con el pasar de los años. Que hicieron una prueba con un peldaño [durante la reconstrucción ordenada por la justicia] a ver si [la estatua] se caía o no. Que [los responsables de la escultura] nos echaron la culpa a nosotras de lo que pasó porque [según ellos] estábamos jugando arriba de la estatua. También que nuestro abogado no presentaba los documentos».

«Me atendió Nora»

«El encuentro con los papás, al igual que ir al cementerio donde está Marcela, fue para mí un momento muy fuerte. Mis papás, a pesar de que me apoyaban en todo, me decían que tenía que estar muy preparada psicológicamente para poder ir a charlar con ellos e ir al cementerio».

«Me costó muchísimos años hablar con los papás de Marcela, hasta que un día me decidí y los llamé para juntarnos a charlar».

«Yo no tenía ningún contacto con ellos. Una vez, trabajando de maestra jardinera, le conté a la directora del jardín mi enfermedad y el accidente; me dijo que conocía a la mamá de Marcela porque iban juntas a la iglesia del barrio y que si quería me conseguía el teléfono».

«Tenía el papel del teléfono guardado y no me animaba a llamar; para mí era muy fuerte y doloroso volver hablar con ellos, porque el accidente significó muchísimo en la vida de todos. Hasta que después de unos meses me decidí a llamarlos sin contarles a mis papás. Me acuerdo que estaba indecisa de llamar o no; sabía que dentro de mí se iba a revolucionar todo y no sabía si para bien o para mal».

«Llamé y me atendieron y corté. Estaba muy nerviosa; pero sabía que era algo que necesitaba hacer. Volví a llamar; ahí me atendió Nora. Yo estaba súper nerviosa y no pude hablar mucho. Me partió el alma cuando Nora me contó que donaron los juguetes de Marcela y que ahora cada niño tiene un pedazo del corazón de ella».

«Quería estar con ella»

«Después de dos años de esa charla por teléfono, me animé a ir al cementerio con mi novio. Cuando agarré el papel donde había escrito los datos del cementerio me di cuenta de que la mitad de las cosas no las había anotado. Pero fuimos igual; fue más o menos para el día del amigo; después de tantos años quería estar con ella; era un día lluvioso, no había casi nadie».

«Empezamos a ver dónde podía estar la parcela y no la encontrábamos. Le preguntamos al personal y no pudieron ayudarnos porque muchos datos no había anotado. Hasta que Hernán, mi novio, me dijo: tranquilizate y decile que querés encontrarla; y ahí lo miré y le dije: está en aquel pasillo; y ahí estaba la parcela con su foto».

«En el cementerio le dejé una carta y ahí le puse mi pequeña saltamontes, que es el apodo perfecto con que me gusta recordarla. Al tiempo, mi mamá me contó que los papás de Marcela habían hablado con ella y leído la carta que le había dejado en el cementerio».

«Hernán me apoyó mucho»

«Desde chica, mis dos vocaciones son maestra y veterinaria; no me animé a seguir veterinaria porque algunas materias de la carrera me daban impresión».

«Trabajo de seguridad en la Biblioteca del Congreso de la Nación, pero en un futuro voy a volver a enseñar, es lo que me hace feliz y me llena el alma».

«Vivo con mi novio Hernán en un departamento en Villa Celina, estamos planeando tener hijos y casarnos. Hernán me apoyó mucho y también me dio fuerzas para poder volver a ver a los papás de Marcela e ir al homenaje».

«Mi familia también se conforma con mis papás Ángel y Edelmira, y mis tres hermanos Mariela, Micaela y Jerónimo, que viven juntos a unos metros de mi edificio. Mariela va a cumplir 32, Micaela tiene 27 y Jerónimo tiene 23».

«Mis suegros María y Víctor, mi cuñada Sonia y mi sobrino Franco viven todos juntos en Ingeniero Budge [partido de Lomas de Zamora]».

«Toda mi familia es mi gran sostén, ellos me dan fuerza para seguir adelante, me hacen muy feliz y siempre están para lo que los necesite, los amo».

«Siguen luchando»

«Fue muy fuerte y emocionante poder estar junto a los familiares de Marcelita en el homenaje pidiendo justicia [el 5 de febrero pasado en el escenario de la tragedia]; «saber que ellos siguen luchando contra todo para que los responsables paguen y que también hay muchísima gente que está involucrada en el reclamo, como las Madres del Dolor y la Asociación Amigos del Lago de Palermo».

«Del paseo, me impresionó bastante la cantidad de personas que lo utilizan para diferentes actividades; la última vez que había ido estaba en reforma. Lo que no sabía y me gustó enterarme es que los familiares de Marcela en conjunto con las asociaciones buscan y luchan para que sea un lugar público. Da impotencia ver que todos los locales son privados; una vez más ganan los que tienen poder».

«Es terrible ver y saber que hay otras esculturas que están en la vía pública del mismo escultor [como las expuestas en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, y Nueva York, Estados Unidos]».

«Alis volat propriis»

«Esta es una canción que siempre me recuerda a Marcela: Hoy no estás, de Kudai, grupo pop chileno: Quizás mañana volverás / y al anochecer la luna brillará / como lo hizo ayer / y aunque ya no vuelvas más / siempre estaré, jamás te olvidaré… // Y hoy no estás, / y ayer brillabas como el sol / que se escondió una tarde / y se hizo tarde y no volvió / y en mi ventana vi el dolor / tu rostro en cada gota…».

«Tengo dos tatuajes en nombre de ella, los dos en los brazos. Me hice el primero en 2015. Uno son dos alas de ángel y el otro es una frase que dice: alis volat propriis; está en latín, significa: vuela con sus propias alas».

Antonella Zazzarino tiene dos tatuajes dedicados a Marcela. Uno ilustra las alas de un ángel. El otro reproduce una frase en latín: «alis volat propriis», vuela con sus propias alas.

«Mi pequeña saltamontes»

«Mi vínculo con Marcela fue y sigue siendo de amistad. Cuando estoy angustiada, triste o feliz hablo con ella; es quien me da paz y tranquilidad. Aunque no esté físicamente, está siempre conmigo».

«La apodé mi pequeña saltamontes porque la imagino con esas dos colitas, una sonrisa enorme y jugando y corriendo juntas; como cuando éramos chicas en la colonia».

«Mi frase favorita y que recuerdo todos los días cuando me levanto es: un día a la vez. Al acostarme, le agradezco al Universo, a Dios y a Marcelita por un día más. Ella para mí es mi mejor amiga y mi ángel de la guarda; sé que desde donde está me cuida y me guía; sé que en algún momento nos volveremos a encontrar».

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