En 2018 la agencia medioambiental estadounidense calculaba que sólo éramos capaces de reciclar menos del 9% del plástico producido a lo largo de un año. En este proceso no todas las partes del mundo son igual de responsables. Europa y los países más desarrollados consumen más materiales plásticos que otros. Pero no disponen de la infraestructura necesaria para reciclarlo. Durante años, su solución ha pasado por exportarlo.
Una investigación de Greenpeace en Reino Unido ilustra lo que sucede con nuestro plástico cuando llega a los vertederos de otras partes del mundo. El trabajo se centra en Turquía. Desde que China pusiera fin a sus importaciones de residuos en 2017, Reino Unido y Europa tuvieron que buscar alternativas. Una de ellas fue Turquía, y en particular los vertederos de Adana. Si en 2016 los puertos británicos enviaron 12.000 toneladas de plásticos al país, en 2020 la cifra había ascendido a las 209.000 toneladas. Un 30% del total.
No todo se recicla
Quemar desechos, básicamente contamina. Las tan afamadas centrales de energía suecas que funcionan con basura sobrante de otros países europeos generan más emisiones que sus pares de carbón o gas natural. Esas dos prácticas son dos de las formas de generar electricidad más contaminantes que el ser humano haya ideado jamás. Quemar basura no computa como reciclar. Esto es algo que Europa y Reino Unido sabían de antemano cuando comenzaron a exportar su plástico a Turquía, por cierto. El país sólo recicla un 12% de sus residuos.
Desecho»criminal»
En 2018, un año después de que China cerrara el grifo de las importaciones de basura, Interpol advertía sobre el incremento de las actividades criminales relacionadas con la compra-venta de residuos plásticos y su posterior «reciclaje». Ante la inoperancia de los estados, distintas organizaciones criminales entrevieron una oportunidad en el plástico. Podían ofrecer sus servicios a cambio de llevar los residuos a países pobres, como Malasia, donde se encargarían de procesarlos. Este procesado no era sino un eufemismo consistente en quemarlos.
Mientras Europa vivía ajena a todo esto, Malasia observaba cómo su costa y puertos se convertía en una consecución infinita de vertederos ilegales. En 2019 el gobierno malayo seguía los pasos de China y ponía fin a las importaciones de residuos plásticos desde Europa. España lo descubrió en carne propia cuando un año después seguía topándose con barcos cargados de desecho de vuelta de la otra punta del mundo. Barcos, en su mayoría, cargados de plásticos «ilegales», tóxicos, cuyo reciclaje es imposible, y cuya comercialización no está permitida.
Las autoridades malayas se habían cansado de que su país se convirtiera en el vertedero del mundo desarrollado. Otros países, como Filipinas o Vietnam, afrontan similares dilemas.
Cuatro años después de que el gobierno chino se hartara de nuestra basura, Europa sigue sin saber qué hacer con todo el plástico que genera. No cuenta con la logística necesaria para reciclarlo en su totalidad y en torno al 70% no tiene una segunda vida (la mitad de desecho sobrante se marcha para Asia). Todo esto mientras los propios vertederos europeos queman el 40% que llega a sus manos. Un dolor de cabeza al que seguimos sin encontrar remedio.
fuente: Magnet