El mundo se está poblando cada vez con menos intensidad. Los países están experimentando un estancamiento de la población y un desplome de la tasa de fertilidad. Este fenómeno es un brusco giro sin precedentes a lo largo de la historia. Es decir, cada vez menos nacimientos y cada vez más muertes.
Por ejemplo, en Italia están cerrando salas de maternidad, y en el noreste de China florecen las ciudades fantasmas. En Corea del Sur, las universidades no tienen suficientes estudiantes, y Alemania arrasó cientos de miles de viviendas vacías para convertir los terrenos en parques.
Hay regiones del mundo como África, en donde la población sigue creciendo. Sin embargo, las tasas de fertilidad están cayendo prácticamente en todo el resto del mundo. Los demógrafos predicen que para la segunda mitad del siglo, o posiblemente antes, la población mundial entrará por primera vez en un declive sostenido.
Un planeta con menos habitantes
Un mundo menos habitado podría aliviar la presión sobre los recursos naturales. También ayudaría a desacelerar el impacto destructivo del cambio climático y reducir la carga doméstica para las mujeres. Sin embargo, el giro puede provocar cambios que aún no pueden ser dimensionados.
Un fenómeno que ya observamos es el de tener a personas con vidas cada vez más extensas, con una menor tasa de fertilidad. Esta realidad hace que tengamos cada vez más jubilados que trabajadores activos, lo cual representa un verdadero desafío para la organización de nuestras sociedades.
Hasta ahora, la creencia era de que con un aumento del número de jóvenes se motorizaría la economía y ayudaría a costear los gastos de los mayores. “Hace falta un cambio de paradigma”, señala el demógrafo alemán Frank Swiaczny, quien hasta el año pasado dirigía tendencias y análisis poblacionales para las Naciones Unidas. “Los países tiene que aprender a vivir con ese declive y a adaptarse a él”.
Las repercusiones y las respuestas ya empiezan a aparecer, especialmente en Asia Oriental y en Europa. Desde Hungría a China, de Suecia a Japón, los gobiernos hacen lo imposible por equilibrar las demandas del creciente número de adultos mayores con las necesidades de los jóvenes.
El fin del siglo de la fertilidad
El siglo XX presentó un desafío totalmente diferente. La población mundial experimentó su mayor aumento del que se tenga registro, de 1.600 millones en 1.900 a 6.000 en el año 2.000. La esperanza de vida aumentó y se redujo la mortalidad infantil. En algunos países –que representan cerca de un tercio de la población mundial– esa dinámica del crecimiento aún sigue vigente. Por ejemplo, hacia el fin del siglo, Nigeria podría superar a China en población. En el África subsahariana, las familias siguen teniendo cuatro o cinco hijos.
Pero en casi todo el resto del mundo, la era de la alta fertilidad está llegando a su fin. A medida que las mujeres obtienen mayor acceso a la educación y la anticoncepción, y sigue acentuándose la ansiedad asociada a la decisión de tener hijos, cada vez más padres retrasan el embarazo, y por lo tanto nacen menos bebés. Incluso en países durante mucho tiempo asociados con un alto crecimiento demográfico, como India y México, la tasa de fertilidad está cayendo a 2,1 hijos por mujer o incluso menos.
El cambio puede llevar décadas, pero una vez que arranca, la caída (al igual que el crecimiento) se dispara exponencialmente. Y si hay menos nacimientos, también nacen menos niñas que a su vez tendrían hijos, y si tienen familias más pequeñas que sus padres –algo que está sucediendo en decenas de países–, la caída empieza a parecerse al efecto cascada de una roca que cae desde una pendiente.
Algunos países, como Estados Unidos, Australia y Canadá, donde las tasas de fecundidad rondan entre 1,5 y 2 hijos por mujer, mitigaron el impacto con inmigrantes. Pero en Europa Oriental, la emigración de la región agravó la despoblación, y en grandes partes de Asia, la “bomba de tiempo demográfica”, que hace décadas fue tema de debate, finalmente explotó.
Un mundo menos poblado ¿y más igualitario?
Los demógrafos advierten que no hay que entender la caída de la población solamente como un motivo de alarma. Muchas mujeres ahora tienen menos hijos porque así lo quieren. Y con menos población, tal vez los salarios serían más altos, las sociedades más igualitarias, habría menos emisiones de carbono y mejor calidad de vida para los niños que seguirían naciendo.
El desafío que nos espera no deja de ser un callejón sin salida, ya que ningún país con una seria desaceleración del crecimiento poblacional logró aumentar su índice de fertilidad, mucho más allá del magro resultado que logró Alemania. En las economías en recesión hay pocas señales de crecimiento salarial, y no hay garantías de que con menos población haya menos daño al medio ambiente.
Muchos demógrafos argumentan que los historiadores futuros podrían ver el momento actual como un período de transición o de gestación, el momento en que los humanos se dieron cuenta –o no– de la manera de hacer que el mundo se vuelva más hospitalario, lo suficiente para que las personas formen la familia que realmente desean formar.
fuente: La Nación