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República Democrática del Congo: "No dormiremos hasta que se haga justicia"

Por la violencia constante, a pesar de sus riquezas naturales extraordinarias, es uno de los países más pobres. La zona Este es considerada el lugar más peligroso del mundo para las mujeres.

«Cuando llegué a mi vivienda había varios soldados rebeldes», dice Saffi, una madre de familia que estaba embarazada de seis meses cuando fue abusada; los atacantes iban matando a los hombres y violando a las mujeres casa por casa.
«Después de eso tuve complicaciones con el bebé y murió dentro de mí; tuve que dar a luz a un bebé muerto», lamenta. «Mi esposo luego se divorció de mí ya que había sido abusada por otro y su bebé había muerto», explica. «Ahora estoy sola con mis otros hijos; no sé dónde está mi marido».
Este testimonio aparece en el informe Lastimar las heridas (Adding injury to insult) de Flame Internacional (flameinternational.org, flame se traduce llama), organización humanitaria con sede central en Hampshire, Reino Unido, que trabaja en zonas de extremas violencia o pobreza.


La pesquisa presenta casos de la ciudad Goma, ubicada al este de la República Democrática del Congo. El título se refiere a la marginación que padecen las víctimas de la violencia sexual. Además de en la RDC, la entidad tiene proyectos en Borneo, Sierra Leona, Uganda, Ruanda, Sudán del Sur, Burundi, Cisjordania, Armenia y China.
«La situación aquí es muy difícil después de la guerra», dice Juvenal Ndabereye Senzige, alcalde adjunto de Goma.
«Ha habido muchos enfrentamientos, asesinatos y violaciones, y ahora tenemos un verdadero problema de pobreza», continúa. «Muchos de nuestros hombres también se ven gravemente afectados, ya que a menudo son obligados a ver a sus esposas e hijas ser abusadas».
La República Democrática del Congo está ubicada en el corazón de África, una de las zonas más calientes del mundo.
Se calcula que desde la década de 1990 suman alrededor de 5 millones los muertos y una cifra similar los desplazados como consecuencia de enfrentamientos en su territorio que involucran una decena de países y una veintena de grupos armados de diverso origen.
La llamada Guerra del Congo, que se desarrolló entre 1996 y 2003 —suele dividirse en dos, con 1997 como hito—, fue un período de particular salvajismo en un contexto de violencia constante.
«Es el lugar más peligroso del mundo para ser mujer», dijo la sueca Margot Wallström, que fue hasta 2012 representante de la ONU sobre violencia sexual en conflictos armados (un.org/sexualviolenceinconflict), para referirse a la zona este de la RDC.


Se calcula que allí dos de cada cinco mujeres han sido violentadas sexualmente.
Flame y otras voces como las Naciones Unidas, Aministía Internacional y Human Rights Watch denuncian que tanto las fuerzas gubernamentales como los grupos rebeldes aplican el abuso masivo y la esclavitud sexual como arma de guerra.
Con cerca de 80 millones de habitantes, la República Democrática del Congo es el país de habla francófona más poblado del mundo y el tercero más grande de África en superficie —después de Sudán y Argelia—. Posee el 50% de los bosques africanos y un sistema fluvial que podría proporcionar energía hidroeléctrica a todo el continente.
Simultáneamente, es el mayor productor internacional de cobalto, un mineral codiciado por su dureza y otras propiedades, y el tercer máximo generador de diamantes, detrás de Rusia y Botsuana.
Sin embargo, es uno de los países más pobres del planeta, con una esperanza de vida de 58 años por habitante —en Japón es 83, en Argentina 76— y una tasa de mortalidad infantil de 68 cada mil nacimientos —en Japón es 2, en Argentina 10—.


«Tenía solo catorce años cuando tres hombres me raptaron mientras trabajaba en el campo», dice Francine, una joven sin techo de Goma, sobre la primera vez que fue abusada. «Después de tres meses descubrí que estaba encinta», continúa. «Mi bebé y yo terminamos en la calle porque mi familia sentía vergüenza; eso me hizo la vida muy difícil y fui abusada muchas veces; ahora tengo 25 años y cuatro hijos de esa manera».
«Combatimos el daño en el cuerpo», dice el doctor Kasereka Lusi, médico cirujano del hospital de Goma que atiende a las mujeres abusadas. «Pero no nos detenemos allí; luchamos contra la injusticia: aquí no hay justicia; cuando alguien es violado no hay nadie para ayudar», apela.
«Trabajamos con abogados que intentan que se haga justicia; luchamos contra el analfabetismo, les enseñamos a las niñas a leer y escribir: luchamos contra la terrible pobreza para evitar que las niñas acepten medio dólar estadounidense por sexo; cuando hacemos estas cosas, nos aseguramos de que las mujeres tengan sus derechos, en las aldeas y en las ciudades; no podemos dormir, no dormiremos hasta que esto se haga».

«Necesitamos paz»

Leopoldo II de Sajonia Coburgo Gotha y Borbón Orléans, rey de Bélgica, logró a fines del siglo XIX darse un gusto exhorbitante y aterrador. Convirtió el actual territorio de la República Democrática del Congo en su propiedad privada con el nombre de Estado Libre del Congo. Las potencias europeas, varias gobernadas por parientes suyos, le concedieron el capricho durante la Conferencia de Berlín de 1885, una negociación que dividió el continente africano como una torta entre los invitados a una fiesta. Hasta entonces, durante siglos, la región del Congo había sido dominada por facciones autóctonas.
Después de fundar el puerto de Leopoldville en honor a sí mismo, el monarca hizo construir un ferrocarril para trasladar las riquezas provenientes de las minas y los bosques, y exportarlas. Por ejemplo, el caucho natural, sustancia que se extrae de ciertos árboles y que entonces era imprescindible para los neumáticos de los automóviles.


Paralelamente, el rey creó la Fuerza Pública, un ejército dirigido por unos pocos europeos e integrado por miles de nativos que disciplinaba a la población con métodos salvajes, como la mutilación de manos y brazos, o directamente la ejecución.
El plan permitió a Leopoldo II multiplicar su fortuna, pero provocó el terror, el caos y un desastre humanitario.
Según Bertrand Russel, el escritor inglés, 8 millones de congoleños —cerca de la mitad de la población— murieron entre fines del siglo XIX y principios del XX, principalmente por la explotación, el hambre, y epidemias como la enfermedad del sueño y la viruela.
«Los soldados rebeldes masacraron a mi esposo y mi hijo; me quedé sola y realmente quería morir», dice Supé, otra víctima de la violencia, en el informe Lastimar las heridas. «Fui capturada durante la guerra, cuando huía», cuenta sobre el momento en que abusaron de ella. «Tuve que someterme a dos cirugías después de eso».
«La violación está arraigada en la sociedad», dice Gareth Barton, fotógrafo inglés que retrató a quienes hablan en la pesquisa de Flame Internacional. «No se trata de historias aisladas», sigue. «El tema del estigma para las víctimas de abuso e, increíblemente, sus hijos, tampoco es nuevo; convertirse en un marginado tiene enormes efectos físicos, sociales, emocionales y espirituales».
Meses antes de la muerte de Leopoldo II, en 1908, la región dejó de ser una propiedad privada y se convirtió en una colonia convencional, el Congo Belga, que duró hasta 1960, cuando la monarquía europea dio paso a la República del Congo. Meses después de asumir, en 1961, el gobernante inaugural del nuevo estado, el primer ministro Patrice Lumumba, fue derrocado y ejecutado. El líder de la revolución, Joseph Desiré Mobutu, inició un régimen dictatorial que duró hasta 1997, cuando un nuevo caudillo, Laurent Desiré Kabila, lo empujó a un exhilio sin retorno. El nuevo hombre fuerte duró hasta 2001, cuando fue acribillado por uno de sus guardias. Desde entonces, el país está en manos de Joseph Kabila, hijo del muerto.
La República Democrática del Congo es distinta de la República del Congo a secas, país limítrofe varias veces más pequeño, situado al oeste y que fue colonia francesa. Entre 1971 y 1997, la RDC se llamó República de Zaire, por iniciativa del dictador Mobutu.
«Vinieron a mi casa y saquearon todo: tomaron dinero, se llevaron la ropa, incluso me quitaron los zapatos», dice Kilimo, un esposo y padre de familia, en el informe Lastimar las heridas. «Y luego violaron a mi hija; ella tenía 18 años; fuimos muy afectados por esto».
«¿Cómo van a sobrevivir? ¿Cómo se mantendrán seguros? ¿Cómo van a encontrar apoyo? ¿Cómo van a encontrar la esperanza? ¿Cómo van a escapar de esta pesadilla?», pregunta el fotógrafo Gareth Barton. «La violación es terrible, pero el estigma es paralizante, lastima las heridas», se indigna. «Las víctimas de abuso son demonizadas; los hijos de abuso son demonizados; estos son problemas de pobreza, educación deficiente y crimen; seguramente los demonios están ahí, no en las personas que afectan».
«La gente de aquí vive con miedo después de la guerra y hay muchas personas desplazadas que viven en una pobreza terrible», dice el reverdendo Bahati Bali-Busane, obispo anglicano de Goma. «Muchas mujeres fueron abusadas por los soldados y sufren enfermedades y sida», agrega. «Necesitamos paz ahora para poder continuar».

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Director de Voz por Vos. Locutor, periodista y docente. Conductor de "Ventana Abierta", lunes a viernes de 12 a 14 (FM Milenium -FM 106.7-). Columnista de temas sociales en Radio Ciudad y docente en la escuela de periodismo ETER.
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