Historias

Ada Morales: «Sole me dio un beso y me dijo: chau, Mami, hasta mañana»

Al cumplirse 30 años de un crimen que conmovió Catamarca y la Argentina, Voz por Vos vuelve a compartir la entrevista publicada el 5 de enero pasado, que actualiza el reclamo de justicia por María Soledad Morales.

por Lucio Casarini

«Ese cuadrito que ve allá en la pared es una pintura de la Sole de [Hermenegildo] Sábat, el artista que murió hace poco; lo hizo en un aniversario de mi hija».

Los ojos castaños de la anfitriona se humedecen detrás de las gafas. Su abundante cabello gris está atado en un rodete sobre la nuca.

«Esa foto de Sole es de los quince años», agrega. «Ahí hay una foto de la hermana Martha Pelloni», destaca sobre la monja que la acompañó en el reclamo de justicia.

El recibidor de la vivienda ubicada en el barrio de Santa Rosa, departamento de Valle Viejo, luce una colección de retratos distribuídos en paredes y muebles.

El edificio, sólido y sencillo, de una planta, queda en una esquina. Todos los catamarqueños lo conocen como «la casa de María Soledad» Morales.

«La que está en ese portarretrato es María Belén, la número cinco en el orden de mis hijos. La otra que está allá es una sobrina y ahijada mía, hija de una de mis hermanas. Estas son mis hermanas más una prima; esas cuatro son mis hermanas».

Ada Mercedes Rizzardo, viuda de Morales, suma 70 años de vida y casi 30 reclamando justicia. Sole, la segunda de los siete hijos de ella y su marido Elías, apareció muerta y desfigurada con 17 años en 1990. La chica recibió una dosis letal de cocaína durante una fiesta de los llamados hijos del poder. Además, fue violada por varias personas.

Guillermo Daniel Luque y Luis Raúl Tula fueron condenados en 1998 como asesino y partícipe necesario, respectivamente. Ambos se beneficiaron con considerables reducciones de sus condenas. Están en libertad y viven en Catamarca, igual que varios sospechosos de complicidad y encubrimiento.


«Tengo tres orígenes de sangre gringa y una criolla. Mi nona y mi nono Rizzardo vinieron del norte de Italia, Treviso [región de Véneto]. La nona era de apellido Sartor. Cuando llegaron a Catamarca se quedaron en San Antonio de Paclín; alquilaron una finca que llamaron Las Beatas. Trabajaban la tierra, tenían cultivos, tuvieron vacas. Después se mudaron acá, a Santa Rosa, Valle Viejo; así que tengo mucha sangre de Valle Viejo; soy chacarera, como dicen. Compraron tierras al pie de la loma, las trabajaron y pusieron el tambo; la familia de mi papá tenía tambos».

«Del lado de mi madre eran Pauletto. El nono Pauletto era bien gringo, falleció a los setenta y tantos años y seguía duro para hablar el castellano. Era casado con una criolla catamarqueña de apellido Orellana».

«Mi papá y sus hermanos eran cuatro varones y cinco mujeres. Se dedicaron al campo; el más chico tenía ovejas y cabras, fuera del tambo».
«Nosotras somos seis hermanas, todas mujeres. La segunda falleció a los 42 años de un aneurisma congénito. Quedamos cinco; todas somos gringas; la que murió en cambio se parecía a mi madre, de pelo negro, mas morochita».

«Con Elías tuvimos siete hijos; Sole era la segunda; en total dos varones y cinco mujeres. Las últimas son mellizas que tenían cinco años cuando ocurrió el crimen».

«Soy ama de casa. Fui docente; me recibí de joven de maestra normal nacional; antes directamente usted terminaba quinto año y ya era maestra. Estudié en el Colegio del Carmen; mis hermanas también; Sole y mis dos hijas que siguen después de ella también».


«Sole se despidió de nosotros el 7 de septiembre de 1990 acá, en esta entrada. Estábamos sentados; me dio un beso y me dijo: chau, Mami, hasta mañana. Su papá la llevó en la camioneta de mi papá, una Ford 100; la dejó en el lugar [una discoteca donde Sole y sus compañeras recaudaban fondos para el viaje de egresadas]. Ella estaba contenta, feliz, alegre; siempre recuerdo la alegría que tenía porque iba a egresar y se iban a ir de viaje de fin de curso».

«Murió el 8 de septiembre; manos asesinas le truncaron su vida; por el egoísmo de los hombres le arrancaron su vida».

«Desde entonces la estuvieron buscando y la encontraron el 10 de septiembre en un descampado, en Parque Daza, al costado de la ruta 38, a menos de un kilómetro de nuestra casa».

«El cuerpo era irreconocible. Elías [único familiar citado para observar el cadáver] la reconoció por una quemadura que se había hecho acá en la muñeca haciendo flan. Le gustaba comer cosas dulces, le cayó el azúcar quemada ahí, se le había hecho como un borde marrón oscuro; por eso la reconoció. Hasta las uñas le cortaron, porque tenía uñitas largas».

«El 12 de septiembre Sole cumplía 18 años. Cada año todos esos días para nosotros son dolorosos».


«Sole quería ser maestra jardinera; sus hermanas más chicas, que son mellizas, tenían cinco años cuando ella murió y me ayudó a criarlas».
«Mi hija seguramente sería mamá, yo tendría hermosos nietos de parte de ella».

«Para una mamá no hay olvido; por más que pasen los años, las heridas nunca cicatrizan. Pienso que almorzaría acá conmigo; siempre represento a mi hija como que está sentada en la mesa, pero trato de disimular y que mis otros hijos no se den cuenta porque no quieren que yo sufra. Para mí la alegría de un día de la madre y una Navidad es distinta».

«Mi hija está en el recuerdo de la gente permanentemente; se habla todo el tiempo; siempre me pregunto qué tuvo mi hija que movilizó a tanta gente; ella nació con una estrella».


«El 14 de septiembre de 1990 fue la primera marcha del silencio. Fue muy emocionante y muy triste. Sonaron las campanas de la Catedral cuando doblaban».

«Fueron sus compañeras las iniciadoras de las marchas, con apenas 17 años».

«¿Quién estaba en la puerta del colegio impidiendo? El jefe de Policía, [Miguel Ángel] Ferreyra. Porque siempre hay infiltrados en todos lados y alguien le avisó. Entonces el comisario le habló a la hermana Martha Pelloni [rectora del Colegio del Carmen] que era peligroso [salir a marchar], que todo era parte de una secta que no se sabe de dónde había venido y que las chicas corrían mucho riesgo. La hermana les habló a las chicas, que le dijeron: vamos a salir a pedir justicia por nuestra compañera. Y ella respondió: pero en silencio. Y salieron. Así se fueron sumando, en silencio, los padres, los profesores y después el pueblo».


«Nosotros somos cristianos católicos. Durante nueve días se reza el Rosario cuando una persona muere. Ahora se hace en las iglesias, pero en esa época se hacía en las casas. Ese es mi dormitorio, velamos ahí a nuestra hija».

«Acá en la entrada, en la esquinita esa, pusimos a la Virgen y a Jesucristo, y se rezaba el Rosario delante de ellos y de los santos que teníamos ahí».

«A mi casa vino [el gobernador] Ramón Saadi con varios diputados; también el jefe de Policía, Ferreyra, ideólogo de la desfiguración y de la difamación. Esta sala estaba llena de autoridades. Nos querían convencer de que se iba a hacer justicia cayera quien cayera, que se iba a esclarecer».

«Ferreyra me dijo que el crimen había sido cometido por una secta diabólica, que iba a costar mucho aclarar el hecho. Esa secta diabólica tenía nombre y apellido».

«La tarde y la noche de ese mismo día vinieron la madre y la esposa de Ramón Saadi para preguntar qué necesitábamos. Nos ofrecieron dinero, esto y lo otro. Con mi esposo les respondimos: lo único que queremos es verdad y justicia para nuestra hija, nada más que eso, no pedimos ni exigimos nada más».

«Nos ofrecían vales de nafta, trabajo para mi hijo mayor. Pero nosotros no aceptamos nada. Siempre digo y diré hasta el último día de mi vida que Elías y Ada Morales lo único que buscamos fue verdad y justicia de lo que pasó con nuestra hija».


«Nunca recibí amenazas directamente, pero sí recuerdo personas vigilándonos con handies».

«Las compañeras de Sole sufrieron todo tipo de amenazas; las llevaban a las comisarías, las siguieron desde autos con vidrios polarizados, [recibían] llamadas telefónicas con amenazas de que si iban [a las marchas] les iba a pasar algo; por eso yo rescato a la juventud de mi país».


«Con las marchas del silencio cada día era más gente, más acompañamiento; 82 marchas fueron en total».

«En ese momento era presidente Menem, había miedo de que se produjera un estallido social, como se dice; entonces mandó la intervención, que vino a calmar las aguas nada más; para investigar y aclarar el caso de mi hija no hizo nada».

«Vino [Luis Abelardo] Patti, que tampoco hizo nada; estuvo cuarenta días; recién el día antes de irse fue al lugar donde se la encontró a ella».

«Después vino [Enrique] Saladino de la [Policía] Federal [también enviado por Menem], que lo único que hacía era interrogarme a mí. Decía que yo tenía la punta del ovillo, que yo tenía que ayudar, y decía que se iban a saber cosas espantosas de mi hija que yo no conocía».

«Era como un trabajo psicológico que me hacían; yo tenía que estar con mis hijas chiquitas, de cinco años; ellos veían a Elías en los juzgados y se venían para acá a hacerme trabajo psicológico».

«A mi hija la mataron dos veces, física y moralmente; no tuvieron piedad con la difamación, justificando lo injustificable».


«Elías murió el 1° de agosto de 2016. Su salud había comenzado a deteriorarse años antes. El 19 de julio de 2012 a la noche se juntó a comer un asado para esperar el día del amigo. Al otro día se sintió mal; empezó con una isquemia cerebral. Después la superó, salió de eso; le afectó un poco la cara, el labio; tuvo que hacer rehabilitación con un kinesiólogo y con una fonoaudióloga. Andaba bien hasta que a fines de julio de 2016 tuvo otro incidente. Agonizó cuatro días y el 1° al mediodía falleció».

«Soy de hablar mucho, soy conversadora, cuento las cosas. Los últimos programas periodísticos a los que fuimos con Elías o que vinieron a hacer notas escritas con grabador el ya no quería hablar, hablaba yo nomás; el se sentaba a la par y hacía que yo hablara; por ahí contestaba una que otra pregunta».

«Siempre pienso que el dolor más grande de Elías fue llevar a su hija aquella noche, ella iba feliz y contenta, y después tener que ir a reconocerla, tomando en cuenta cómo la dejaron».

«Elías sufrió mucho, de una parte por la muerte injusta, de otra parte por haber visto lo que le hicieron a su hija; eso lo ha ido lastimando, lacerando día a día; creo que eso es lo que no pudo superar».

«Yo iba a Buenos Aires acompañándolo a Elías [en los años más candentes del caso], detrás de el; estaba desconectada, perdida, desorientada por completo; él se acordaba las calles, sabía por dónde íbamos».


«Los que investigaban me decían que no fuera más a las marchas, porque eso me hacía mal y también enfermaba a la gente que veía todo eso».

«Pensaron que después de dos o tres marchas se iba a terminar, no esperaron un pueblo valiente».

«En la primera y la segunda marcha sonaron las campanas de la Catedral cuando doblaban. Después prohibieron eso y fueron prohibiendo muchas cosas más. Se dejó de salir de la puerta del colegio y entonces se salía de la Iglesia del Corazón de María. Después se prohibió la parada frente a la Catedral y se hacía en el monumento de la bandera. Fueron 82 las grandes en el centro, todos los jueves a las 19. Además, los martes se hacía una caminata de nuestra casa al monolito [en el lugar del hallazgo del cuerpo]. También había en el interior de la provincia y después se fue sumando Buenos Aires. Con Elías asistimos a una muy grande en la Capital Federal».


«Tuvimos que esperar más de ocho años para que se hiciera un poquito de justicia, un 25 por ciento. Condenaron a dos nada más, pero se sabe que hubo muchos más involucrados».

«Cuando se hizo el segundo juicio [que sentenció a Luque y Tula] quedaron muchos a la orilla del camino a quienes deberían haber condenado. Ahí me enteré del estado en que habían dejado a mi hija, por los forenses».

«En el encubrimiento hubo muchos, la policía de Catamarca participó. Pero era el grupo que respondía al jefe de policía, nada más».


«No quedamos satisfechos; nuestras manos quedaron vacías porque, por un lado, no solo fueron ellos dos [los condenados] en la violación y, por otro lado, en la desfiguración no tuvieron piedad, hasta le arrancaron el pelo, todo ¿qué pasó ahí?».

«Y después vino la difamación; a mí no me importa Elías y Ada; nosotros estábamos vivos los dos y nos podíamos defender; pero ella no y no tuvieron piedad; todo eso quedó impune».

«Ellos fueron presos VIP, tuvieron el beneficio del dos por uno. Hoy Tula es abogado [empezó la carrera en la cárcel]. Merecía la misma condena que Luque porque es el entregador y sin embargo camina tranquilo por las calles».

«Ellos apelaron las condenas, ocho miembros de la Corte Suprema de Nación las ratificaron. Yo esperaba que se cumplan las condenas y eso no pasó».

«Lo vi a Tula cuando comenzó a salir por trabajo y una de mis hijas hace poco [también lo vio]. A ninguna madre le deseo que tenga que encontrarse con el asesino de su hija».


«Pienso que Dios nos iluminó y nuestra hija también; del más allá nos dieron fuerza. No tan solo eso, había muchas oraciones acá en Catamarca y a nivel país».

«Elías está junto a Sole gozando en el paraíso celestial».

«Estando en Buenos Aires con Elías, cuando fuimos a un programa periodístico, catamarqueños residentes allá nos llevaron a cenar a un restaurante. Se acercó un señor con un muchacho, no como nosotros, con otro aspecto; era el jefe de los mapuches que estaba en Buenos Aires; ellos viven en Neuquén o Río Negro creo; se presentó, nos saludó; nos dijo que ellos todas las noches cuando oraban pedían para que se esclareciera lo de Sole y que se hiciera justicia».

«También los evangélicos, que a veces venían a mi casa a verme, decían que todos los días elevaban oraciones».

«Creo que esa fuerza de oración que hubo es lo que nos permitió a nosotros tener fortaleza, no decaer y caminar y caminar».


«Somos una familia humilde, por eso no tuvimos justicia; quedamos con las manos vacías; siempre pasa lo mismo, más cuando está involucrado el poder político y económico».

«El dolor más grande es sentir que no todos los culpables fueron identificados. Pero tengo la tranquilidad, siempre se lo digo a mi hija, de que Elías y yo hicimos todo. La justicia quedó en deuda con nosotros. Algunos quedaron impunes. Hay muchos que se callaron por miedo, porque eran perseguidos, porque eran amenazados. A todos esos los fui anotando, no para reabrir la causa, sino para que mis hijos, para que mi nietos sepan toda la verdad».

«Una madre nunca se olvida; para mí es como si hubiera sido ayer».
«Habría que preguntar por qué algunos todavía se sienten dolidos de que se nombre a mi hija. Habiendo tenido el poder, habría que preguntarles por qué no dijeron la verdad de lo que le pasó a mi hija. Los que tocaron su cuerpo, los que lavaron las pruebas. Como decía Elías, tienen las manos manchadas con sangre».

«He esperado tanto; una siempre espera que alguien, que alguno diga todo lo que pasó».


«Quiero decirles a todas las mamás que están luchando que no claudiquen. Veo casos aberrantes hasta el día de hoy y se hacen una o dos marchas y todo termina».

«Hoy al parecer el accionar de la justicia es más rápido. Catamarca perdió el miedo gracias a las marchas del silencio».

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