En el desafío histórico de integrarse más a las comunidades que pertenecen, las empresas deben pasar de «mostrar lo que hacen» a «hacer lo que muestran» en materia de RSE, con un compromiso de reformulación sostenible de sus procesos productivos.
por Diego Corbalán (*)
Son abundantes los artículos teorizan y reflexionan acerca de la Responsabilidad Social Empresaria (RSE) y la Sustentabilidad. Más allá de sus semejanzas y diferencias, ambas prácticas al interior de las organizaciones empresarias no suelen ser explicadas por su fundamento e impacto social.
Para entender la dimensión de RSE y Sustentabilidad hay que posarse sobre un concepto de solidaridad, habitualmente entendido exactamente al revés de lo que en verdad significa como valor primordial de una sociedad. Es que si hablamos de solidaridad, la asociamos a una vaga noción de ayuda circunstancial ante la adversidad del otro. Esta loable actitud, sin embargo, no suele constituir un continuo en su ejecución, además de su coordinación junto a muchos otros individuos preocupados por la misma causa; es así que ese compromiso espontáneo termina cayendo en el saco de las buenas acciones pero no duraderas.
Aquí lo que proponemos es ver a la solidaridad más bien como la práctica social permanente de por lo menos dos o más individuos trabajando colaborativamente en acciones de todo tipo, desde la ayuda intergeneracional en el seno familiar, la participación colectiva de los trabajadores en marcos de representación gremial, pasando por el tan simple respeto a las normas de convivencia urbana hasta el compromiso tributario de pagar todos los meses nuestros impuestos.
Sin dudas, nuestra sociedad exuda solidaridad. Sin embargo, ese fluido está ausente en ámbitos en los que es necesaria su presencia, mucho más allá de los señalados. Y en las prácticas corporativas en donde dicha mirada social de la acción empresaria debe empaparse y mucho de solidaridad. Es ahí en donde la
RSE y la Sustentabilidad llegan a cubrir dicha necesidad como prácticas que se dan al interior de las empresas pero que las debe poner en contacto solidario con su entorno.
Un problema de comunicación
Es habitual que tanto RSE como Sustentabilidad estén «tironeadas» por la necesidad de las empresas que justamente quieren comunicar que son «responsables» y «sustentables»; incluso antes de serlo auténticamente.
El apuro y la autoexigencia de ser ambas cosas ante la opinión pública empuja a las áreas que promueven dichas prácticas a mostrar que «son» antes de «ser» (En un comienzo lo fueron las oficinas de Recursos Humanos y Marketing, aunque posteriormente surgieron departamentos ad hoc).
La moraleja de las buenas prácticas de una empresa es que probablemente muchas de las medidas que adopte para ser responsable y sustentable no ameriten ser difundidas: tanto sea por el respeto a los convenios colectivos de trabajo, el cumplimiento de las normas sanitarias de su entorno o el pago en tiempo y forma de sus obligaciones financieras y su solvencia económica.
Lo obvio para una empresa también es parte de su ser «responsable» y «sustentable».
Ahora bien, ¿es acaso lo económico lo único que puede ganar una empresa? Por supuesto que sí. Pero esa ganancia corresponde a un viejo paradigma económico. En un contexto de desigualdad económica evidente y de un cambio climático todavía fuera de control, el valor agregado de toda empresa no es únicamente aquel que surge de las utilidades económicas y de los rendimientos financieros.
Ante un mundo en problemas no hay muchas opciones que darle a la labor empresaria una impronta social, responsable, sustentable y solidaria.
(*) Director de Voz por Vos