Ezequiel Rodríguez tuvo como hogar el cielo abierto: un contradictorio encierro sin rejas ni paredes. Hoy lucha por una vida como la de cualquiera, sin olvidar lo que fue y ayudando a esos ex «colegas» que todavía vagan por la ciudad, sin techo ni rumbo.
Los pibes de la calle que visita a diario lo llaman “Polaquito”, como lo bautizaron sus “colegas” de la vida callejera, hace muchos años atrás, aunque no tantos. Ezequiel Rodríguez tiene poco más de 20 años. Parecen pocos, pero son muchos, más por su intensidad que por su cantidad. Polaquito fue uno de esos pibes de la calle, hasta que un día dijo basta. La pregunta es cuándo… dónde… por qué.
Pero también había un cómo… cómo vivía ese Polaquito, el que todavía no se había decidido a dar el paso para zafar de ese contradictorio encierro a cielo abierto.
Este Polaquito, un pibe de la calle en el recuerdo, hoy sale a la calle con un presente bien distinto. Sale como cualquier persona: a trabajar, a pasear, a hacer algún trámite. Pero Ezequiel Rodríguez también sale a buscar a otros pibes de la calle como lo fue él. Ezequiel tiene una mirada distinta a la nuestra. Él ve a la calle más y mejor que nosotros. Él observa y descubre realidades que fueron las suyas. Su mirada distinta descubre pibes donde nosotros no los vemos.
La calle es un lugar de desconfianza mutua. La de la gente viendo a esos marginados, arrumbados en algún umbral, contra alguna pared, bajo algún techo. Pero la desconfianza es también de esos pibes que creen todos esos extraños que caminan junto a ellos pueden ser una amenaza.
Polaquito hoy tiene sueños. Ya cumplió uno muy importante que fue salir de la calle. Pero sus anhelos se renuevan. Como parte de los jóvenes que tienen hoy el abrigo del hogar Los Carasucias, fundado por la recordada Mónica Carranza, Ezequiel se anima a un futuro en el que, como ya está acostumbrado, quiere ser protagonista. Los invito a escuchar esta historia de baldosas frías, asfalto caliente y corazones en reparación.