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Las (otras) deudas que la Argentina todavía no canceló

Cuanto el tetazo en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires parecía quedarse con todos los títulos periodísticos, apareció otra palabra clave: «deuda», todo a propósito del pasivo condonado por el gobierno argentino al grupo empresario del padre del presidente.
Vamos a dejar que los opinólogos sigan diciendo lo suyo sobre el tema y retomaremos el asunto hablando de otras deudas. De esas que en la Argentina se siguen sin saldar. De esos pasivos que el país sigue arrastrando y que todavía la dirigencia política no se decidió a cancelar. De esos asuntos pendientes por los cuales los involucrados no necesariamente marchan a Plaza de Mayo o al Obelisco, tanto sea con su torso cubierto o desnudo.

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Si bien ya se movilizaron en varias ocasiones, un primer grupo que bien podría marchar y convocar a mucha gente es el de los familiares y amigos de víctimas del delito.
Sólo durante 2015, más de 10.000 personas murieron o resultaron heridas en ocasión de actos delictivos. Si sus familiares decidieran movilizarse, a razón de 2 o 3 personas por víctimas, no menos de 30.000 personas marcharían juntas reclamando justicia. Y si sumáramos a familiares y amigos de las víctimas del delito de años anteriores, la cifra se multiplicaría y mucho.
Hablemos de nuestros chicos en problemas.
Según el censo de 1991 del INDEC, el 21,1% de los niños argentinos residía en una vivienda sin inodoro con descarga de agua. En 2015 todavía casi el 15 por ciento se encontraba en esa precaria situación. En tanto que un 40 por ciento de los chicos el país vive en una casa sin cloacas.
En base a números también de 2015, la indigencia extrema afecta al 3 por ciento de los menores. La inseguridad alimentaria a un 12 por ciento. Y la pobreza al 18,8 por ciento de los pibes argentinos.
Cifras más, cifras menos, si todos los pequeños argentinos con problemas marcharan juntos sumarían unos 400 o tal vez 500 mil. Como para llenar Plaza de Mayo, como mínimo.
Hablemos de dónde y cómo vivimos.
El año pasado la organización TECHO revelaba número elocuentes de la deuda habitacional argentina.
Por ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires, en casi 40 años hubo un aumento del 50 por ciento en los asentamientos y villas. Entre 2001 y 2010, sólo en CABA hubo también un incremento del 50 por ciento en la población de esos barrios precarios.
Sólo en esta ciudad hay 82.000 familias en 42 asentamientos. Y en la provincia de Buenos Aires, hay casi 400 mil familias en más de 1.300 asentamientos.
En todo el país, hay 650.000 familias argentinas que viven, como puede, generalmente entre mal y muy mal, en 2.432 asentamientos. Más del 70 por ciento no tiene acceso a la energía. El 95 no tiene acceso a agua segura y el 98 a las cloacas.
Si esto no es una deuda, la deuda dónde está. Y más aún: si esta no es una deuda para condonar, no sabemos cuál puede estar en condiciones de ser cancelada.
Si todos los argentinos con problemas de vivienda marcharan, sumarían no menos de 2 millones de personas.
Todas juntas movilizadas darían pavor ante el drama social que la Argentina atraviesa en esta materia vital para el sostenimiento de una vida digna.

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Uno de los logros del kirchnerismo fue haber podido bajar el empleo en negro. Cuando Néstor Kirchner asumió como presidente, los niveles de trabajo informal rozaban el 50 por ciento. Era la pesada herencia del país detonado por la Alianza y rescatado por Duhalde.
Desde 2003 hasta el final de la gestión de Cristina, el empleo en negro pasó de aquel casi 50 por ciento al alrededor del 33 por ciento en 2015. Por más que su descenso haya sido loable, estamos hablando de un país que quiere acceder al primer mundo con 1 de cada 3 trabajadores desempeñándose en condiciones marginales. Sin aportes, sin cobertura médica, sin condiciones de seguridad… Todos juntos son unos 5 o 6 millones de personas, que bien estarían dispuestas a marcha para reclamar lo suyo.
Hablemos de pobreza.
En la Argentina, un tercio de la población es pobre. El primer año de gestión de Cambiemos mostró decisión para ordenar la economía, pero con la consecuencia de haber aumentado ese preocupante indicador social.
La deuda de la pobreza viene de larga data en la Argentina. Como ya hemos contado aquí, la pobreza es un drama contemporáneo de nuestro país. Es un flagelo que empezó a tomar dimensiones preocupantes a partir de otro indicador que también es deuda social en estas tierras. Para ponerlo en cifras, hablamos de unas 10 millones de personas que todavía no se animaron a marcha juntas por la ciudad.
Y por supuesto que podríamos seguir sumando cuestiones que son verdaderas deudas que todavía los argentinos no saldamos.
Una de ellas, por ejemplo, es la desigualidad. En los años de prosperidad kirchnerista, con costo fiscal y disparada inflacionaria incluidas, la cuestión de los que menos ganan y los que más poseen no logró atacarse con decisión.
Es cierto que el modelo de consumo alentó a los sectores medios y los medios bajos a salir a la compra de todo tipo de productos y servicios, con la comodidad de la financiación en cuotas. Pero el techo a dicho crecimiento alimentado por el consumo no pudo romperse en los últimos años del kirchnerismo. Y el actual gobierno más bien alienta su desmantelamiento, para dar paso a otros sectores económicos como el campo para que empujen para arriba la generación de riquezas del país.
Otra de las deudas es la evasión impositiva. Los niveles de actividad económica al margen de la ley siguen siendo preocupantes en la Argentina. Pese a la prosperidad económica que hubo durante varios años del kirchnerismo, la cuestión más bien pareció agudizarse.
El modelo de consumo animó a la economía pero también la complejizó y la precarizó en modos y costumbres como las saladitas, los manteros y todo tipo de informalidad que no hizo más que poner más negra a la actividad económica.
Y finalmente, vamos a sumar al debe una deuda por la cual no va a ser posible que se movilice ninguna víctima, con o sin corpiño.
Según datos oficiales, sólo entre 2002 y 2006, se perdieron 300.000 hectáreas de bosques por año en la Argentina. Esta deforestación atroz, en sólo 4 años, equivale a 15 veces la ciudad de Buenos Aires.
Según la Fundación Vida Silvestre, es una tasa anual del 1% de deforestación (por encima del promedio mundial). A este ritmo, adviertes, en menos de un siglo, se habrán perdido todos los bosques del país.
Los árboles no pueden marcha, y tampoco vemos una gran conciencia nacional que se transforme en una marcha solidaria en su favor.

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Esperamos no haberlos defraudado.
Tal vez se sientan en deuda por algún pasivo que no incluimos en este resumen.
La Argentina tiene muchas deuda por saldar.
Hay muchos compromisos asumidos y no cumplidos.
Todavía esperamos y anhelamos el momento en el que los destinos del país sean gobernados por dirigentes que no tengan tantos enredos con el Estado ni con el fisco y mucho menos con la Justicia. No es imposible lograrlo. Sólo hay que mantener la vara alta del deseo y del reclamo.
Estas palabras no buscaron desmerecer el Tetazo en el Obelisco. Lo que intentamos es ponerlo en contexto. El Tetazo fue la expresión de una minoría. Por haber sido una movilización más bien discreta no podemos decir que no sea menos legítima.
Lo que decimos es que, mientras el #NiUnaMenos movilizó a un país entero por muertes de mujeres en casos de femicidios, las tetas al aire reflejaron un reclamo puntual de un sector minoritario de la Argentina.
Sabemos que los derechos de las mujeres son deuda en la Argentina. Si las mujeres en condiciones laborales marcharan serían muchas más que las que se movilizaron a teta limpia. Si las que sufren violencia de género también lo hicieran serían realmente muchas. Lo que sucede es que todas deben marchar juntas, sin diferencias que desdibujan la verdadera deuda que la Argentina tiene con sus mujeres.
Un pasivo que también debe ser cancelado por la dirigencia política, lo más rápido posible y sin muchos intereses.

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Director de Voz por Vos. Locutor, periodista y docente. Conductor de "Ventana Abierta", lunes a viernes de 12 a 14 (FM Milenium -FM 106.7-). Columnista de temas sociales en Radio Ciudad y docente en la escuela de periodismo ETER.
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