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Don Ernesto: "Entre mi trabajo y mi pasatiempo no hay frontera, es un placer"

A los 87 años sigue atendiendo su local de sedería y otras yerbas en Suipacha y Avenida de Mayo, en el centro porteño. Nació en Siria. Soñaba con ser psiquiatra. «El secreto del buen hablar es saber escuchar».


por Lucio Casarini
Su verdadero nombre es Clemente Jajati.
Llegó con su familia judía originaria de la ciudad de Damasco hace ocho décadas en un barco inglés llamado Almanzora, en los albores de la Segunda Guerra Mundial.
En la preadolescencia, instalado en el barrio de Flores, abandonó la escuela, víctima del maltrato docente, y se rebuscó como vendedor callejero de un producto para lavar la ropa y algunas prendas de vestir, actividad que lo aventuró por toda la Capital Federal y sus alrededores.
Con el tiempo se especializó en la comercialización de telas, rubro que le permitió conocer a la madre de sus hijos, modista de alta costura.
Simultáneamente, terminó el colegio en horario nocturno y aprobó el ingreso a la facultad de medicina. Se declara budista y respetuoso de la religión de sus ancestros y otras.
Recuerda con emoción sus juegos infantiles en el patio del palacio Bet Lisbona, un edificio decorado con marquetería de oro que pertenecía a sus abuelos maternos y es un monumento nacional de su país de origen.
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«Tenía unas monedas que me habían regalado. Vivía en Flores, en la calle Avellaneda y Campana. Fui a un local de un paisano que vendía mercería al por mayor y le pregunté qué podía comprar yo con esas monedas. Me dijo: lo único que podés comprar es una caja de Azul de lavar la ropa; la marca era Azul Can, era inglesa, de Inglaterra venía importada; eran unos pancitos así; cuando la mujer, en general la mayoría de las mujeres no tenían lavarropa, ni existía el lavarropa, cuando terminaban el último enjuague tomaban ese pancito, lo ponían en el agua así y la prenda quedaba con un blanco níveo, esa era la función.

Don Ernesto y su andar por las calles de Buenos Aires, como lo viene haciendo desde que empezó como vendedor ambulante, con solo 12 años.


«Bueno, agarré y compré una cajita, 25 centavos; fui, me paré en la puerta de un supermercado que estaba ahí en la calle Rivadavia y Argerich; el supermercado se llamaba Zunino; yo me paré ahí en la puerta; salían las mujeres, me compraban, vendí la caja a 40 centavos, gané 15, compré otra caja, al otro día la vendí, ya podía comprar dos cajas, y así después fui evolucionando hasta que pude comprar camisetas, calzoncillos. Iba a vender en la calle; hacía un fardo con la ropa e iba a vender en la calle.
«Mi vieja me decía, porque tenía 12 años, no te alejes de acá del barrio; yo como todo chico aventurero iba a la estación de Floresta, miraba hasta dónde llegaba el tren y empecé: Ramos Mejía, Castelar; después me fui aventurando por el norte: Belgrano, Núñez, Acassuso, Martínez. En realidad, conozco toda la Capital y toda la provincia a raíz de haber caminado.
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«Un hermano mío trabajaba en una sedería. Me dijo: no, no vayas más a la calle, vení a trabajar con nosotros, y fui a trabajar con ellos. En la calle Asamblea, en Parque Chacabuco, en la calle Asamblea 628, una barranquita, ahí estaba la sedería, empecé a trabajar ahí. Tenía 14 años, pero ya aparentaba tener 18, 19, porque iba al café a jugar al villar y no tenía problemas, porque estaba medio peladito, barba, que sé yo.
«Después, tenía unos primos míos que tenían sedería acá en la calle Suipacha y la firma que yo trabajaba eran, aparte de tener tres sederías, eran mayoristas: Sus, ese-u-ese. Entonces un día me dijo: vení, vamos a entregar mercadería. Entonces me dijo: che, por qué no venís a trabajar con nosotros, qué vas a estar haciendo de cadete; la verdad es que yo tenía pasta de vendedor, ya de chico. Entonces vine y me quedé a trabajar ahí.
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«Ernesto comercialmente y Clemente Jajati es el apellido y el nombre. Mi razón social es Clemente Jajati, jota-a-jota-a-te-i, árabe. En realidad está mal traducido, porque es Yeyati y acá lo tradujeron, porque en árabe, según la ubicación se puede pronunciar como jota o como ye; lo tradujeron mal acá, pusieron Jajati.
«De Damasco soy, Siria; nací allá, vine a los siete años, un mes en barco viajando. Primero viajamos de Beirut, porque Siria no tiene puerto, de Beirut a Marsella, de Marsella estuvimos en París, Francia, dos días, y después tomamos el tren y viajamos a Cherbourg y de ahí tomamos el barco, un barco inglés, que se llamaba Almanzora, que en la Segunda Guerra Mundial lo hicieron para la guerra y lo hundieron los alemanes, en el Atlántico seguramente.

Fachada del local de Don Ernesto, lugar en el que a sus 87 años sigue atendiendo con placer y dedicación por el trabajo y sus clientes.


«Estábamos bajo protectorado francés. Yo iba al jardín de infantes, cuando tenía cinco años, así; nos enseñaban árabe, francés, arameo, el idioma que hablaba Jesús. Después está el hebreo, que se modificó, pero por ejemplo todas las ceremonias religiosas y que sé yo, están en arameo.
«Viajamos cuando yo todavía no había cumplido siete años, cuando iba a empezar la guerra, en el 38; nosotros llegamos acá al país el 31 de diciembre de 1938, cuando era año nuevo; se había desatado la Segunda Guerra Mundial.
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«Éramos seis hermanos, yo estaba por nacer. Mi viejo le dijo a mi vieja: mirá, yo me voy a la Argentina, porque los hermanos de él estaban acá ya, me hago la América, le llamaban la América a hacer guita, no, me hago la América y te mando a buscar en dos o tres meses. Para eso pasaron casi siete años; yo lo conocí, cuando yo cumplí seis años y medio o siete años lo conocí a mi viejo.
«Mi mamá era una mujer muy culta. Hablaba francés, hablaba y escribía, árabe, hablaba y escribía, y el hebreo, el arameo, y después acá el castellano en seguida lo asimiló, por el francés, la similitud que tiene con el castellano, con el español. Mi mamá era hija de joyeros, de muy buena posición mis abuelos. Allá dejaron un palacio. Beliche, mis abuelos. Originariamente, los antepasados eran de Lisboa; de ahí emigraron cuando la cuestión de la Inquisición y que se yo; emigraron al Magreb, no sé si a Túnez, a Marrakesh o a Casablanca, no sé bien dónde. Sefaradíes; sefaradí quiere decir español.
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«Yo terminé la escuela, la primaria, la terminé de noche. Después yo me casé a los 24 años. Cuando me casé hice dos años libre y el resto lo hice asistiendo a clase a la noche, en la escuela Manuel Belgrano, en la calle Ecuador. Hice el curso de ingreso a Medicina y trabajaba, por supuesto; tenía dos trabajos; pero ya tenía chicos, todo; no pude seguir, los dejaba sin comer a mis hijos. Dije: esto me gusta, y seguí con esto como empleado primero y después no, después abrí yo solo por mi cuenta cuando mis primos dejaron, ya eran mayores; y yo abrí en la otra cuadra. Por eso yo llevo 65 años entre la otra cuadra y esta; sedería; después yo acá amplié arreglo de ropa, cortinería, todo eso; porque me fui dando cuenta de que la sedería se venía abajo, prácticamente desaparecieron todas.
«No es ningún esfuerzo, es un placer. Yo siempre digo que entre mi trabajo y mi pasatiempo no hay frontera. El secreto está en que yo no debo nada; si yo vendo, compro; si no, no compro; yo si quiero mañana puedo comprar por 200 mil pesos, tengo crédito en todos lados.
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«Había una casa de boda que se llamaba La Elegante de Trouville, ahí yo conocí a mi señora. Porque a veces nos pedían, teníamos la sedería en esta cuadra, entonces nos pedían: che, me traés una seda que se llamaba Rosalba, por ejemplo; entonces yo llevaba la pieza y me decía: bueno, cortame 10 metros, cortame 15 metros, y después volvía al negocio. Y bueno y ahí la conocí; ella trabajaba, era modista de alta costura.
«Yo soy budista. No practico el judaísmo, lo respeto, como el catolicismo. Yo estuve casado con una católica, que es la madre de mis hijos; después me separé y estuve con otra mujer dieciséis años, una asturiana maravillosa; pero ella era más judía que yo, como la mandaron a colegio de monjas odiaba la religión católica; todas sus amistades eran judías antes de conocerla yo.
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«Cuando tenía 12 años yo trabajaba en la calle. Iba a vender en la calle, un calor infernal. Iba a casa, almorzaba algo e iba al colegio hebreo; allá, en el barrio de Flores; y había que decir la oración después del almuerzo; uno almorzaba en su casa pero después todo el conjunto de chicos teníamos que decir la oración, una oración bastante larga. Yo, sería que estaba re cansado, que se yo, decía la oración pero no en voz alta muy fuerte.
«El rabino, porque eran rabinos, ahora no, ahora hay maestros, evolucionó mucho eso, me decía, me dijo: más fuerte, más fuerte; yo no le di bola; intentó, con una maderita que tenía, pegarme; yo le agarré la madera así, se la barajé en el aire, se la tiré al diablo, me levanté y me fui. Mirá qué absurdo; el director de la escuela estaba sentado ahí en un escritorio a la entrada de la escuela; yo abrí la puerta, me llamó, no le dije nada, me fui.
«Le dije a mi vieja; era muy comprensiva y muy evolucionada mi vieja; aparte te voy a decir algo, mi vieja tenía seguramente conocimiento, que yo no lo hablé nunca con ella, pero conocimiento del sufismo, de los árabes, porque por muchas cosas que ella me decía yo coincidía con eso; volviendo, le dije a mi vieja que yo no iba más; me dijo: bueno, si es tu voluntad no vayas más.
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«Yo quería estudiar medicina para seguir psiquiatría. Es el tema que más me gusta; me interesa porque me parece lo más profundo del ser humano, es ir a la raíz del ser; en muchos casos, los traumas que tiene, necesita ayuda y si uno puede brindársela me parece muy bien.
«Acá en el negocio han venido clientas que cuentan todas sus cuitas y algunas me han hecho el chiste: cuánto es la sesión, por escucharlas, nada más. El secreto del buen hablar es saber escuchar.
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«El palacio que dejaron se llamaba Bet Lisbona. Siempre tuve la duda, Bet es casa, Lisbona el apellido, pero en realidad es originario de Lisboa; después yo lo saqué eso. Lo que pasó fue esto: los Beliche, que eran joyeros, un tío mío se casó con una Lisbona; los Lisbona eran gente de muchísima, muchísima plata; le vendieron el palacio a mis abuelos. Venían turistas; yo cuando era chico veía que venían turistas a ver, a visitar todo eso; imaginate que la sala de recepción tenía todo marquetería de oro.
«Cuando murieron mis abuelos, no se fueron. Se quedaron hasta que se murieron. Mirá lo que pasó, mis abuelos se ve que lo donaron a la colectividad; si vos lo buscás en internet, Bet Lisbona, Damasco, Siria, lo vas a ver y se ven las fotos, que dividieron en aulas; están los chicos estudiando ahí con la kipá y qué sé yo. Pero después Al Assad lo tomó, pero por suerte lo hizo monumento nacional. Mirá que importante debe ser, no.
«Yo me acuerdo, en el medio del patio principal había una fuente enorme que mi abuelo, cuando venía de la joyería, él se sentaba acá; era todo mármol; se sentaba y mi abuela le traía anís; anís árabe, que ellos hacían, muy rico es el anís ese; aceitunitas, quesito, todo eso, una picada, antes de cenar, y yo estaba correteando, jugando por ahí.»

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Director de Voz por Vos. Locutor, periodista y docente. Conductor de "Ventana Abierta", lunes a viernes de 12 a 14 (FM Milenium -FM 106.7-). Columnista de temas sociales en Radio Ciudad y docente en la escuela de periodismo ETER.
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