La pandemia obligó a priorizar el uso de dinero electrónico para que el efectivo no sea un vector de contagio del coronavirus. La decisión luce acertada pero puede esconder un poderoso mecanismo de desigualdad.
A lo largo de los años, el uso de dinero en efectivo fue reduciéndose, substituido por el uso de tarjetas de crédito y transferencias y pagos electrónicos. De a poco, el pago de sueldos, los gastos de nuestras casas, el pago de servicios y demás transacciones comenzaron a ser sin billetes.
Asimismo, la compra de productos en locales comerciales también comenzó a realizarse no solo con tarjetas sino mediante plataformas como Mercado Pago y otros servicios. En ese sentido, los monederos digitales también vienen creciendo en el mercado de pagos a nivel global.
Dinero de la desigualdad
Sin embargo, este fenómeno tiene su lado negativo. Un gran sector de la población con condiciones económicas marginales no dispone de las bondades de la inclusión bancaria, financiera y mucho menos digital.
En los Estados Unidos, varias ciudades están exigiendo a los locales comerciales que acepten dinero en efectivo para evitar esa nueva desigualdad.
Asimismo, las personas de la tercera edad también enfrentan barreras mayores cuando se reducen o restringen las opciones de manejo de efectivo. Y teniendo en cuenta que los adultos mayores son altamente vulnerables a la pandemia de covid-19, al restringe su capacidad de pago en efectivo en comercios y otros servicios, ellos quedan doblemente afectados.
De acuerdo a GovTech, una encuesta de la Reserva Federal de los Estados Unidos mostró que, en 2019, el efectivo en EEUU se usó en el 26% de las transacciones, frente al 28% y 23% que se hicieron con tarjetas de débito y crédito, respectivamente. Y agregó que el 49% de las operaciones de menos de 10 dólares se realizaron en efectivo.
En general, los grupos económicamente más desfavorecidos tienden a tener menos cuentas bancarias. De esta manera, la carga de los costos por procesamiento de pagos con tarjeta resulta proporcionalmente mucho más pesada para los pequeños comercios que para los grandes.
Comercios chicos y restaurantes en los barrios, por ejemplo, tienen menos costos y un manejo más simple del dinero en efectivo a diferencia de otras formas de pago. La merma del uso de billetes y monedas los afectaría más que a los negocios de mayor tamaño.
Por eso, es necesario que en la post pandemia, el Estado fomente la cultura financiera digital con costos accesibles para los sectores más vulnerables. Y la mirada debe estar especialmente en los sectores que producen ingresos entre la población de menos recursos. Ellos pueden ser un motor económico de baja escala pero de gran impacto para una economía de sustento.
Más allá de la ayuda social a familias pobres, el auxilio público también debe llegar a quienes, hoy por hoy, están generando riqueza en donde la pobreza es una realidad.
Fuente: Yahoo Noticias