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Un "Destino Final" para los refugiados con rémoras de la "Solución Final" del nazismo

La idea de un arquitecto austriaco de crear una isla artificial para alojar a los inmigrantes que quieren ingresar a Europa dispara el recuerdo de aquel descabellado proyecto de la Alemania de Hitler, para alojar a los judíos europeos también en el archipiélago de Madagascar.

Esta noticia se puede leer simplemente como una más de las tantas novedades en materia de planificación, diseño y ejecución del trabajo de aquellos que deben tomar decisiones sobre la población, para ordenarla y promover su asentamiento en el lugar apropiado: Un arquitecto propone crear una isla artificial solo para alojar a los refugiados que no encuentran su lugar en Europa. Sin embargo, su contenido va mucho más allá de este aparente simple enunciado.
En medio de una tensa discusión entre los socios de la Unión Europea sobre qué y cómo actuar ante la oleada de refugiados, esta EIA («Europe in África», tal como se la conoce por sus siglas en inglés), pretende ser levantada como una isla artificial entre Italia y Túnez para dar refugio y pasaporte europeo a solicitantes de asilo. El financiamiento correría por cuenta de la propia Europa, claro. Sus impulsores sugieren que nazca como un protectorado y que, en unos 25 años, se convierta en una ciudad-Estado, independizada y autónoma: la Unión Europea alquilaría una porción de tierras a Italia y Túnez con un contrato de 99 años, donde se erigiría la isla, que serviría como un nuevo país europeo.
El ambicioso proyecto es de autoría del arquitecto austriaco Theo Deutinger. Junto al estudio de arquitectos TD, establecidos en Amsterdam, tuvo su inspiración en otras ideas previas como la del magnate inmobiliario Jason Buzi, quién ya propuso una «Nación Refugiada» o el multimillonario de telecomunicaciones egipcio Naguib Sawiris, quién anunció un plan para comprar varias islas que podrían establecerse como amparo para los refugiados.

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Los ideólogos de esta iniciativa cuentas más detalles: Los primeros colonos de esta ciudad-Estado serían expertos en construcción, infraestructura urbana, derecho y economía encargados de levantar y construir la isla, elaborar una constitución propia e implementar acuerdos que faciliten el comercio directo con empresas europeas.
Y aunque el proyecto contempla la posibilidad de que el nuevo Estado europeo adopte nuevos modelos económicos y sociales, sus habitantes, es decir los refugiados, deberían devolver el préstamo para construir la isla a la Unión Europea en un cuarto de siglo.
En un primer tramo, esta Europa en África se diseñaría para albergar a 150.000 habitantes, con un plan maestro que reúna «lo mejor de Europa y África», según se puede leer en su Web. ¿Selección social para dar el apto de ingreso? Me suena algo preocupante, no se a ustedes.
Los impulsores de esta pretenciosa idea afirman que, de este modo, se le daría vida  a «la primera ciudad verdaderamente europea». Claro, europea pero lejos de su continente, con raíces africanas.
Es así que los arquitectos-ideólogos de esta suerte de Truman Show, por y para refugiados, contaría con una red urbana que tomaría como ejemplo la planificación de la ciudad malí de Tombuctú, centrando su infraestructura en el transporte peatonal y público, pero con construcción de estándares europeos.
Y dándose un baño de posmodernidad, afirman: La energía que movilice a la isla sería renovable, claro, y hasta contaría con una desalinizadora para obtener agua dulce del mar.
Una aclaración que hace el arquitecto Deutinger es que, legalmente, los residentes de EIA serían ciudadanos europeos de pleno derecho y, como tales, podrían moverse por el resto de Europa libremente. Pero solamente adquirirían tal derecho habiendo sido residentes legales de la isla durante 5 años. Y cierran con una frase que como para leer varias veces: «La EIA no será un gueto porque no estará cercada».

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Gracias por la aclaración, arquitectos; porque con el solo hecho de mencionar la palabra gueto, nuestra memoria no hizo más que disparar hacia la historia para caer en una de las páginas más macabras del siglo XX.
Si nos trasladamos a los años decisivos de la Segunda Guerra Mundial, encontraremos la historia frustrada del denominado plan Madagascar. El proyecto fue ideado por varios generales nazis, con el fin de deportar a los judíos europeos a la isla de Madagascar. El plan, que no pasó de ser una idea, abrió el juego varias comisiones que durante varios años debatieron el asunto, desde 1940 a 1943. Franz Rademacher encabezó las discusiones y formuló sus conclusiones en La Cuestión Judía en el Tratado de Paz.
La pretensión era que la isla de Madagascar, entonces colonia de Francia, fuese cedida a Alemania como mandataria que se encargaría de la organización de las deportaciones y del posterior gobierno de la isla. Los demás países europeos, fundamentalmente los ocupados por el nazismo, darían su aval en un contexto de odio hacia el judío que, paradójicamente, era mayor fuera de Alemania como lo era en la propia Francia, tal como lo describe con claridad el historiador y periodista Daniel Muchnik en su reciente libro «La Humanidad frente a la Barbarie».
El plan Madagascar del nazismo finalmente quedó en los papeles: El Informe Korherr de 1943 recomendaría trasladar a los judíos europeos hacia el este del continente. Al invadir el ejército alemán en 1941 la Unión Soviética, la implementación del plan fue suspendida, y entonces, el régimen nazi comenzó a trabajar en la organización de la deportación de los judíos europeos a los territorios conquistados en esa región del continente. Lo que vendría después es ya conocido y doloroso: la historia de los campos de concentración y la denominada Solución Final componen una desgarradora página bañada en sangre que, sin embargo, nunca se debe dejar de leer.

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Ambas historias, aquella de Madagascar, frustrada, y esta de Europa en África, con final abierto, parecen ser relatos inconexos. Creo que no lo son; más bien tienen puntos de contacto, y que preocupan.
La Solución Final para ese «otro» indeseable (o no deseado, para no ser tan crudo con el lenguaje) constituye siempre una derrota en la búsqueda de tener sociedades integradas. Somos sociedades sincréticas, sin dudas: somos grupos humanos surgidos, como en el caso de la Argentina, de ese «crisol de razas» que tantas veces fue evocado con emoción y regocijo. Europa no escapa a esta lógica de integración social, por más que sus identidades sociales y culturales aparenten ser eternas, puras e incorruptible desde hace siglos.
Pensar hoy en ciudades-europeas-fuera-de-Europa sin dudas, es una capitulación de la civilización occidental.
El Viejo Continente rechaza una oleada inmigratoria muchas veces provocada por sus propias decisiones transmarítimas o transoceánicas, con impacto en continentes como el africano y el asiático. Ver apenas a Alemania con preocupación por llevar soluciones a los refugiados da cuenta de un fracaso europeo en la cuestión humanitaria de los refugiados.
Esta iniciativa de sacarse de encima a esos otros que llegan de África y Asia (una simple idea que uno nunca puede confiar en que quede en la nada) no escapa al «amuramineto» que muchos países viven, en procesos muchas veces lentos pero inevitables. Las fronteras israelíes-palestinas son un ejemplo. El muro estadounidense separando pretenciosamente a ese país de su vecino México es otro caso. Los intramuros latinoamericanos separando barrios seguros y distinguidos del resto de la comunidad son otros tantos indicios de esta verdadera derrota social en el ¿intento? de tener sociedades integradas y estables, con integrantes diversos y a la vez relacionados entre sí, sean de donde sean, tengan el dinero que posean en sus billeteras o cuentas bancarias.
Si la Solución Final a los problemas entre seres humanos serán islas y muros, seguramente algo no hicimos bien como sociedad para encontrar puentes de diálogo y de convivencia.

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Director de Voz por Vos. Locutor, periodista y docente. Conductor de "Ventana Abierta", lunes a viernes de 12 a 14 (FM Milenium -FM 106.7-). Columnista de temas sociales en Radio Ciudad y docente en la escuela de periodismo ETER.
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