Las heroínas de esta crónica fueron mujeres, ciudadanas, trabajadoras y amas de casa anónimas, hasta que la tragedia les asignó un bautismo inesperado: Madres del Dolor.
Por Lucio Casarini (cronista) y Daniela Díaz Arz (ilustradora)
Al salir de Soma, después de un suave ascenso desde el valle, un nuevo y hermoso paraje se abrió ante mí; no tan desafiante, pero más extenso y rodeado por una cadena montañosa. Vi las llanuras de Pérgamo regadas por el Caico y sus afluentes; cruzamos uno o más bien su nacimiento; surgía al costado del camino con tanta fuerza que en 50 metros movía un molino, y tenía 30 centímetros de profundidad y tres metros de ancho; dicen que el agua es tibia, pero no me detuve a sacar mi termómetro.
Las aves aquí son muy atrevidas o muy mansas y solo se mueven cuando estás junto a ellas. Tres grandes águilas se sentaron al borde del camino y no se levantaron hasta que estuvimos tan próximos que casi podíamos sentir el movimiento de sus inmensas alas; el ruido era impresionante, pero nuestros caballos no se intimidaron; nunca antes había estado tan cerca de águilas en libertad y esto era en una llanura abierta; las montañas rocosas nos mostraban los lados escarpados en los cuales estas aves pronto encontraron sus hogares. Tuvimos un viaje encantador de siete horas y media, aproximadamente 50 kilómetros, a través de una zona tan pantanosa por las fuertes lluvias de ayer que nos vimos obligados a viajar lentamente. El camino variaba poco en interés hasta 13 kilómetros de la antigua Pérgamo, ahora Bergama; ni siquiera en el cementerio vimos ningún rastro de lo que mi criado llama piedras viejas, pero al detenerme para que bebieran los caballos, observé que el receptáculo era la tapa invertida de un sarcófago; y un poco más adelante desempaqué y me quedé una hora para copiar unas largas inscripciones griegas esculpidas de lado en una fuente.
El arqueólogo inglés Charles Fellows acababa de hacer un hallazgo tan fortuito como extraordinario. La cita aparece en el diario de su viaje por Asia Menor, actual República de Turquía, con fecha 24 de febrero de 1838. El científico tenía ante sus ojos reliquias del siglo III antes de Cristo. Hacía tal vez más de diez centurias que aquellas piezas de mármol yacían abandonadas como un vulgar accidente del terreno y algo más de dos milenios que la mano del escultor las había confeccionado a golpes de martillo y cincel. Los caracteres impresos en la fuente reproducían las llamadas leyes de Gambrio, nombre de una extinta urbe griega de la región. Se trata de un conjunto de edictos que, curiosamente, contienen disposiciones relativas al comportamiento de las mujeres en los funerales.
La traducción que ofrece el explorador británico rescata las siguientes aserciones: que “las ciudadanas en duelo deben usar ropa gris limpia”; que “los hombres deben terminar el luto en el cuarto mes y las damas en el quinto”; y que “el ginecónomo elegido por el pueblo” —magistrado o funcionario responsable de los asuntos femeninos, una especie de ministro de la mujer— durante ciertas celebraciones religiosas “debe rezar por la prosperidad” de las señoras obedientes de las normas “e imprecar lo contrario” para aquellas consideradas insumisas.
Estas pautas misteriosas, extraídas por un observador extranjero de monumentos localizados por azar entre las ruinas de una civilización inmemorial, podrían limitarse a una rareza con un valor meramente anecdótico. Sin embargo, helenistas como la francesa Nicole Loraux y la española Inés Calero Secall creen que configuran una pista vigorosa de un hecho relevante. Que para la sociedad griega antigua fue crítico poner límite a los desahogos femeninos durante los homenajes a los muertos. En el núcleo del escollo se encontraría, por ejemplo, la multitud de madres de jóvenes caídos en combate, aquellos soldados cuyas vidas eran despilfarradas sin piedad en las frecuentes campañas militares emprendidas por la metrópoli para defender, consolidar o expandir sus dominios territoriales.
Proyectando tales premisas, hay quienes, como la argentina Norma Morandini, arriesgan incluso una conjetura universal: las expresiones ostensibles de las ciudadanas que lloran a sus hijos fallecidos en manos de la violencia son siempre un problema político.
Dentro de la Hélade abundan las referencias paralelas a las leyes de Gambrio que respaldan estas hipótesis. Platón en su República aborrece que los “hombres de bien” imiten a “mujeres” que, entre “acciones innobles” diversas, “se entregan a llantos y lamentaciones”. El poeta Arquíloco menciona el siguiente reclamo hecho a los ciudadanos: “Resistan, rechazando el luto, que es de mujeres”. El historiador Tucídides, en uno de sus esbozos de la Guerra del Peloponeso, supone a las allegadas femeninas excluidas del cortejo fúnebre por las calles de Atenas y presentes solo después, en el cementerio. Demóstenes, un egregio estadista del que se conservan numerosos discursos, evoca que en las exequias los hombres debían marchar delante y las mujeres detrás; también que junto a las parientas más próximas podían ir únicamente señoras de más de sesenta años, como si las de menos edad supusieran algún inconveniente, ¿tal vez la posibilidad de ser madres de hijos jóvenes, o sea en edad de enrolarse?
Plutarco, otra voz notoria, agrega un detalle sobre el aspecto de las afligidas: que tenían prohibido lastimarse en el transcurso de los sepelios, porque solían usar esa artimaña para exteriorizar su angustia. El biógrafo y ensayista destaca el rigor de los estatutos funerarios que regían en Esparta —ciudad rival de Atenas—, donde el duelo duraba solo doce días y solía prohibirse la exposición del cadáver. Jenofonte, también ilustre cronista, narra que en ocasiones las mujeres espartanas ni siquiera podían enlutarse. La normativa de Ceos, otra población griega, imponía trasladar el cuerpo en silencio; que la procesión fuera acompañada solo por las mujeres más cercanas en términos de parentesco; que a estas podían unirse otras cinco como máximo; y que todas debían abandonar la tumba antes que los hombres.
Roma continuará siglos más tarde la tradición legislativa helénica en la materia. Tácito, eximio historiador latino, se refiere explícitamente a las madres. A lo mejor por eso su alusión es singularmente aterradora. Comenta que, en períodos de guerra civil, el llanto de las progenitoras de los caídos podía ser considerado un acto de conspiración digno de la pena de muerte.
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El teatro griego clásico habrá desempeñado en esta atmósfera una labor reparadora. La de dispensar a las madres dolientes, a través de relatos ficcionales, el crédito que con frecuencia les era negado en la vida civil. Una muestra es Las suplicantes, tragedia compuesta por Eurípides. La acción presenta un grupo de damas que reclama el derecho de enterrar a sus hijos fallecidos en el campo de batalla. Los cadáveres habían quedado en poder del enemigo como consecuencia del conflicto armado entre dos ciudades. Apelando a leyes comunes, según las cuales todo griego tenía derecho a honrar a los muertos, las señoras finalmente logran su empeño.
“El dolor por los hijos perdidos engendra en la mujer una pena que arrastra al llanto ¡Ay, Ay! ¡Muerta, de una vez olvidaría esos dolores!”, exclaman en coro las damnificadas. “Ten compasión de esta que exhala por sus hijos un canto lúgubre, penoso, penoso, de esta suplicante, de esta mendiga”, dicen a alguien que puede abogar por ellas. “¡Qué excesivo es el peso de mi pena!”, continúa la queja. “¡Hijo, infeliz te crié, te llevé en mi vientre soportando mi parto entre dolores! Y ahora Hades se lleva el fruto de mis trabajos —¡desgraciada!— y no tengo quién alimente mi vejez, yo, que parí un hijo”, insiste el coro femenino. “Ni entre los muertos ni entre los vivos me cuento; de unos y otros me aleja un singular destino”, añade. “¡Ellas debían haber sido enterradas por las manos de sus hijos”, deplora un testigo a favor de las protagonistas, “alcanzando un funeral a su tiempo!”.
Antígona, la invención de Sófocles, es un relato trágico emparentado. El nombre de la muchacha que da título a la obra significa la que ocupa el lugar de los padres, algo así como la madre sustituta. Es un detalle elocuente, pues ella y sus hermanos son huérfanos. Durante la narración, la joven transgrede consciente y osadamente una prohibición del Gobierno y da sepultura a un hermano muerto en la guerra civil.
“¿Sabías que estaba decretado no hacer esto?”, interroga el rey a la valiente. “Sí, lo sabía ¿Cómo no iba a saberlo? Todo el mundo lo sabe”, confiesa ella. “Y así y todo ¿Te atreviste a pasar por encima de la ley?”, replica el tirano. “No era Zeus quien me la había decretado, ni Diké, compañera de los dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como permitir que solo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre”, se defiende la chica. “¿Cómo podría alcanzar mayor gloria que enterrando a mi hermano?”, desafía. “No nací para compartir el odio, sino el amor”, se estremece. “¿No se dan cuenta de que, si la dejan hablar, nunca cesaría en sus lamentaciones y sus quejas?”, fustiga el monarca. “Cede, pues, no te ensañes con quien tuvo ya su fin”, reprocha otro personaje al último, “¿qué clase de proeza es rematar a un muerto?”.
De la misma época es la comedia Lisístrata, de Aristófanes, que ofrece una controversia sobre la guerra. En este caso, el apelativo de la protagonista se traduce literalmente como la disuelve ejércitos, que equivaldría a decir la pacifista. Ella es una esposa y madre ateniense que, harta de la condición de su marido, un militar que está en el frente, se une a otras ciudadanas y mediante una huelga sexual obliga al Estado a detener la contienda.
“Si se nos agregasen todas las mujeres del Peloponeso y la Beocia, quizás aunando nuestros esfuerzos pudiéramos salvar Grecia entera”, maquina la rebelde. “Así conseguiremos que termine la guerra; que ninguno de los hombres levante su lanza contra los otros…”, se ilusiona. “¿No les duele que los padres de sus hijos se hallen siempre lejos de ustedes, en el ejército?”, azuza a las demás congregadas. “Permanezcamos en casa, bien pintadas y sin más vestidos que una transparente túnica de amorgos, y los hombres rondarán en torno de nosotras ardiendo en amorosos deseos. Si entonces nos negamos a aceptar su ofrenda, exigiéndoles que hagan antes la paz, estoy segura de que la harán en seguida”, infiere. “Cansadas ya de oír a unos preguntar a gritos en las calles: ¿no hay un hombre en este país?, y a otros responder: no, ni uno”, proclama ante los interlocutores masculinos, “las mujeres hemos tomado el partido de reunirnos y salvar Grecia entre todas”.
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En innumerables latitudes del presente hay mujeres unidas en nombre de sus vástagos víctima de descalabros de toda índole. Hasta existe un Movimiento Mundial de Madres con sedes en las ciudades de París y Nueva York, y estatus consultivo general en las Naciones Unidas, el rango más alto que puede adquirir una iniciativa del tercer sector. Es una idea gestada en 1947, que se declara apartidaria y aconfesional, y que congrega a medio centenar de socios de varios continentes. El primer ítem de su lista de objetivos es, significativamente, “apoyar la acción de las madres por la paz y la seguridad humana”.
En Liberia, África, el Movimiento Mujeres por la Paz convocó en 2003 a una huelga sexual que hizo realidad, en cierto sentido, la comedia Lisístrata. Mediante esta y otras estrategias, la empresa frenó una guerra civil que había provocado más de 150 mil muertos e impulsó la realización de elecciones democráticas. En 2011, Leymah Gbowee, líder del grupo y madre de seis hijos, y Ellen Johnson-Sirleaf, presidenta del país y madre de cuatro, recibieron el Nobel de la Paz. Compartieron el premio con una representante de la Primavera Árabe, la yemení Tawakul Karman, fundadora del proyecto Mujeres sin Cadenas y madre de tres niños.
Los designios parecidos de diferentes sitios del planeta son superabundantes. Algunos se presentan usando como rúbrica la condición de progenitoras de sus miembros. Entre tantas: las Madres de Beslán, Rusia; las Madres de Daguestán por los Derechos Humanos, del país homónimo; las Madres de Srebenica, Bosnia; las Madres de Argelia; las Madres de los Sábados, de Turquía; las Madres del Parque Laleh, de Irán; las Madres de Khavarán, ídem; las Madres de Afganistán; las Madres de Cachemira, India; las Madres de Tiananmen, China; las Madres Angustiadas, de Guatemala; las Madres de la Candelaria, de Colombia; las Madres de la Soacha, ídem; las Madres de Desaparecidos, de México; las Madres de Ayotzinapa, también mexicanas; las Madres que demandan Acción para tomar Conciencia sobre las Armas, de Estados Unidos; las Madres contra los Alcoholizados al Volante, del mismo país.
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Hitos equiparables de la Argentina han ganado simultáneamente un intrépido protagonismo. Las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo son conocidas en todo el orbe por su reclamo a favor de las víctimas del terrorismo de Estado. Las segundas han sido nominadas repetidamente al Premio Nobel de la Paz. En el país hay además otras iniciativas, de perfiles diversos. En todas es capital la participación de las ciudadanas que piden por sus hijos, lo expliciten o no en sus denominaciones institucionales: Madres y Familiares de Víctimas (Mafavi); Asociación de Víctimas de la Impunidad sin Esclarecer (Avise); Comisión de Familiares de Víctimas Indefensas de la Violencia Social, Policial, Judicial e Institucional (Cofavi); Madres de La Matanza contra la Impunidad; Asociación Miguel Bru; Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS); Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi); Asociación Civil Martín Castellucci; Usina de Justicia.
Una rama se enfoca en el flagelo de los estupefacientes: Madres contra el Paco; Madres por la Vida; Red de Madres y Familiares de Víctimas de las Drogas. Ciertos empeños se especializan en la trata de personas y los crímenes sexuales: Fundación Cintia Fernández, Fundación María del Ángeles; Infancia Robada; La Alameda; Ayuda a Víctimas de Violación (Avivi). Otros se orientan hacia los delitos viales, que constituyen la modalidad violenta más letal en todo el mundo: Fundación Estrellas Amarillas, Conduciendo a Conciencia; Asociación Civil Trabajar contra la Inseguridad Vial y la Violencia con Acciones Sustentables (Activvas); Red Nacional Familiares de Víctimas de Tránsito; Malditas Picadas. Varias organizaciones se concentran en alguna catástrofe particular, como ocurrió con la tragedia del boliche República de Cromañón (2004): Asociación de Padres de Hijos Asesinados en Cromañón; Que No Se Repita; Memoria y Justicia por Nuestros Pibes; Familias por la Vida. Algo similar provocó el desastre ferroviario de la estación de Once (2012): un núcleo creó Familiares y Amigos de Victimas y Heridos de la Tragedia de Once.
Madres de Plaza de Mayo (Madres.org).
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El movimiento de las Madres del Dolor es una presencia adicional axiomática en este universo dentro de la Argentina. Una de sus características es que el apelativo ha sido replicado de forma espontánea y profusa. Pueden encontrarse proyectos de mujeres identificadas como Madres del Dolor en múltiples lugares. Para empezar, en la Capital Federal y su periferia —foco vital de la corriente—, y también varias provincias: Santiago del Estero —donde surgió el nombre con esta acepción, a fines de la década de 1990—, Santa Fe, Entre Ríos, Salta, Tucumán, La Rioja, San Luis y Chubut, sin excluir otras localizaciones posibles. Un exponente foráneo es el de las Madres del Dolor inglesas —Mothers in Pain—, que trabajan desde 2005 en Birmingham. Aunque carecen de vínculo directo con sus homónimas criollas, utilizan un título análogo y se ajustan a los rasgos esenciales que definen la especie. Son ciudadanas comunes que reclaman exclusivamente con métodos pacíficos por su prole rehén de distintas versiones de la barbarie
«¿Persistirán? ¿Se convertirán a fuerza de hacerse ver allí en las nuevas Madres de Plaza de Mayo?”, ha preguntado Santiago Kovadloff en referencia a las Madres del Dolor. El erudito lanzó el interrogante después de una nutrida protesta ciudadana. “¿Realizarán con indeclinable constancia su reclamo ante la Casa Rosada exigiendo justicia?”, insiste. “No les toca desafiar una dictadura, sino una escalofriante subestimación de la inseguridad por parte del Gobierno. Son, también, madres de desaparecidos. No los secuestró ni los exterminó el Estado totalitario, pero los sepultó en la intrascendencia un Gobierno que se niega a reconocer la envergadura del crimen que les arrebató la vida.»
«La denuncia formulada por estas nuevas Madres no deja lugar a dudas. El Estado tolera la violencia y el crimen de sus hijos en la medida en que no combate a sus asesinos con resolución. Las madres de ayer exigían el retorno al Estado de derecho. Las de hoy reclaman su plena vigencia. Se rebelan contra una parcialidad que, al perpetuarse, hunde la democracia en un simulacro. Se resisten esas madres a admitir que el Poder Ejecutivo no respalde su reclamo con la contundencia que cabe. Dramática contigüidad entre aquellas madres de los años 70 del siglo pasado y estas de los años iniciales del siglo XXI. Unas y otras manifestaron, en dos etapas distintas de nuestra historia, la misma necesidad de verse amparadas por la ley. Unas exigieron la abolición del terrorismo de Estado. Las otras, el fin de la irresponsabilidad y el sectarismo del Estado.»
«Para hacer justicia es preciso empezar por admitir de qué hablan, con su extinción, esos hijos que aniquiló el delito. Es preciso reaccionar con responsabilidad reflexiva ante lo que esas vidas tronchadas nos dicen. El castigo de los culpables no tendrá lugar si el Gobierno no procede con verdad ante lo que pasa; si no ve en lo que hace con lo que pasa un recorte arbitrario de los derechos humanos. Una evidencia de la liviandad con que los concibe cuando la reivindicación de esos derechos no coincide con sus intereses.»
«La aplastante cifra de jóvenes acerca de cuyo exterminio nos anoticia, hora tras hora, el periodismo, forma parte de esas generaciones inmoladas, simultánea o sucesivamente, por el Proceso, la guerrilla, la Guerra de las Malvinas y el delito sin inscripción ideológica. Si se sumaran alguna vez las víctimas que por obra de la violencia armada perdieron la vida en la Argentina en los últimos cuarenta años, se ascendería a un número aterrador. A la hora de ponderar la decadencia argentina deberá tomarse en cuenta esta pavorosa propensión a lo tanático.»
«Voces y carteles reclamaban que la ley pusiera fin a la impunidad de los que matan en las calles, de los que violan en las calles, de los que roban en las calles», alerta Kovadloff. El caso en debate era el de Diego Rodríguez, modelo publicitario de 27 años fusilado por ladrones en la Capital Federal. «Voces y carteles exigían que la seguridad fuera devuelta a la gente. El Gobierno, sin embargo, no parece darse por enterado. Al desestimar la trágica magnitud de lo que sucede, inscribe lo que ocurre en el escenario de lo irreal. Desdeña el alcance comunitario del dolor y, por extensión, el de la criminalidad.»
“El nacimiento de la agrupación Madres del Dolor es el reflejo de la desorganización del sistema político y jurídico que existe en nuestro país”, ha diagnosticado Félix Vicente Lonigro, constitucionalista de la Universidad de Buenos Aires. “Es decir: es una falla del funcionamiento del Estado, provocada, claro está, por quienes tienen la responsabilidad de gobernar. Es que si esas madres se hubieran unido tan sólo para compartir su dolor y crear un mecanismo de ayuda mutua para sobrellevarlo, esta nota no tendría sentido; lo tiene porque se trata de madres que están buscando, lógicamente y a los gritos, que las instituciones funcionen tal como lo pensó el constituyente de 1853”.
“El dolor de una madre cuyo hijo fue víctima de un delito es inmenso; pero crece desmedidamente cuando se le suman la impotencia, la bronca y la desesperanza que genera un sistema político y jurídico que admite la impunidad. En este caso, al dolor propio de una madre, que es un dolor concreto y específico, se le suma el dolor institucional, que ya no se circunscribe sólo a ella, sino que, como si fuera una plaga, invade a toda una sociedad cuyos integrantes se sienten, a cada instante, víctimas en potencia”.
«En un país en el que esa organización funciona adecuadamente, la sociedad tenga la tranquilidad de que los gobernantes ejercen el poder que ella les ha conferido para prevenir la comisión de delitos, de que existen leyes claras que desalientan las conductas delictivas y de que cuentan con jueces imparciales e independientes que aplican esas normas con celeridad.»
«En cambio, cuando la organización política y jurídica es defectuosa, se genera desorden, hay inseguridad, escasea la justicia y prevalece la incertidumbre. Es natural que, ante semejante cuadro, la población busque, como mecanismo de defensa, presionar a las autoridades para que hagan aquello para lo cual se las ha elegido, es decir, para que cumplan con el objetivo de todo Estado, entre ellos, impartir justicia.»
«Sin duda, la existencia del delito es propia de la naturaleza humana; en cualquier sociedad, por civilizada que sea, existe y es imposible erradicarlo en forma absoluta», acepta Lonigro. «Se trata de una falla social que las mejores políticas de prevención no pueden evitar. Pero, entonces, es atribución y obligación de las autoridades reparar el dolor de los padres que han perdido a sus hijos en hechos de esta naturaleza, facilitándoles el acceso a la justicia.»
La ciudad de Frías, en la provincia de Santiago del Estero, puede considerarse el punto fundacional del movimiento de las Madres del Dolor. Allí se aplicó por primera vez el bautismo en referencia a este cosmos. Ocurrió en 1998. La denominación fue insinuada por un sacerdote, Marcelo Trejo, entonces titular de la Secretaría Diocesana de Derechos Humanos. Mientras predicaba una homilía, se dirigió a un grupo de señoras con las siguientes palabras: “Ustedes son las madres del dolor, porque sufren por sus hijos asesinados, como le pasó a la Virgen María”. Las damas en cuestión incorporaron el nombre, que fue registrado en su provincia, y posteriormente ganaron notoriedad en todo el país.
Legatarias de aquellas santiagueñas, varias vecinas de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano fundaron en 2004 la Asociación Civil Madres del Dolor. La entidad, inscripta en el nivel nacional, multiplicará la consistencia del rótulo. Entre las pioneras se cuentan: Isabel Yaconis, mamá de Lucila, estrangulada por un atacante sexual; Viviam Perrone, mamá de Kevin Sedano, asesinado por un automovilista; Elsa Gómez, mamá de Daniel Sosa, muerto por el gatillo fácil policial; Silvia Irigaray, mamá de Maximiliano Tasca, ultimado por otro agente estatal; Elvira Torres, mamá de Cristian Gómez, masacrado junto a Maxi; Marta Canillas, mamá de Juan Manuel, ejecutado por secuestradores extorsivos; y Nora Iglesias, mamá de Marcela, aplastada por una escultura expuesta ilegalmente. Más tarde se incorporaron Matías Bagnato, cuya familia fue víctima de un incendio provocado, y Silvia Fredes, mamá de Martina Miranda, muerta por otro criminal al volante. Ellos son los protagonistas de esta historia.
Fuentes
El orden de la crónica invierte el de la investigación. El primer paso de la pesquisa fue conocer en profundidad a las integrantes de la Asociación Civil Madres del Dolor. Ellas sugirieron el postulado de que están dentro de un fenómeno sin límites de tiempo ni espacio. La perspectiva de Norma Morandini fue extraída de la prensa (Morandini, Norma…, Clarín).
Las mismas integrantes de la ACMdD recordaron a sus predecesoras de Santiago del Estero. Luego, el autor viajó a esa provincia para conversar cara a cara con el padre Marcelo Trejo y otros actores relacionados, y consultar abundante documentación.
La existencia de un movimiento de las Madres del Dolor es, asimismo, una corazonada de las integrantes de la Asociación. Ellas tienen vínculo con la socióloga Marieke Denissen, pionera en usar el concepto. La indagadora holandesa eligió un apelativo algo más breve, “Movimiento del Dolor”; sin embargo, alude esencialmente a lo mismo. De los análisis de Kovadloff y Lonigro (ambos publicados en el diario La Nación), puede decirse algo similar: se refieren al objeto aunque nunca usen la frase exacta “movimiento de las Madres del Dolor”. El desarrollo se completa con otras notas de prensa: “Una provincia…”, Clarín (Madres del Dolor de Tucumán); “Madres del…”, Eltribuno.com.ar (las de Salta); “Las Madres…”, Viarosario.viapais.com.ar (Santa Fe); “Dos madres…”, Unoentrerios.com.ar (Entre Ríos); “Reprimieron a…”, Infobae.com (La Rioja); “Madres del…”, Elpatagónico.com (Chubut);
“Local heroes…”, Birminghammail.co.uk, y “Mothers in…”, Business- live.co.uk (Reino Unido). También con información de internet:
Madresdeldolorsl.blogspot.com.ar (San Luis) y Mothersinpain.org.uk (Reino Unido).
En el terreno sectorial argentino fueron clave las charlas con Estela de Carlotto —Abuelas de Plaza de Mayo—, Taty Almeida —Madres de Plaza de Mayo—, Martha Pelloni —Infancia Robada—, Eugenia Vázquez —Programa Nacional de Lucha contra la Impunidad—, Silvia González —Fundación Estrellas Amarillas—, Raquel Witis —Comisión Memoria, Verdad y Justicia de Zona Norte—, Ema Cibotti —Activvas—, Oscar Castellucci —Asociación Civil Martín Castellucci—, Diana Cohen Agrest —Usina de Justicia—, Ana Fernández —Fundación Cintia Fernández—, Graciela Ferreiro —Madres contra el Paco—, María Elena Leuzzi —Avivi—, Teresa Mellano —Red de Familiares de Víctimas de Tránsito—, Noemí Cardozo —Malditas Picadas— Juan Carr —Red Solidaria—, Susana Kesselman —psicóloga social—, Laura di Marco —periodista—, entre otros.
El concepto de terrorismo de Estado es esclarecido por el libro de Eduardo Luis Duhalde.
La prensa también fue fundamental: Rodríguez, Carlos…, Página 12, 18/5/2008 (víctimas de la droga); “Ayudan a…”, Clarín (Avivi); “Tragedia de…”, Clarín (Once); Nabot, Damián…, La Nación (Madres de La Matanza); Di Nicola, Gabriel…, La Nación (Cromañón); “La constante…”, Diario Popular (Mafavi); “AVISE, 12…”, Inforegion.com.ar. Igualmente, internet: Madres.org (las de Plaza Mayo), Madresfundadoras.blogspot.com.ar (ídem, Línea Fundadora), Abuelas.org.ar (las de Plaza de Mayo), Cofavi.blogspot.com.ar, Activvas.org, Correpi.lahaine.org, Usinadejusticia.org.ar,
Acmartincastellucci.com.ar, Ambru.org.ar (A. C. Miguel Bru), Cels.org.ar, Fundacionalameda.org, Avivi.galeon.com (Avivi),
Fundacionmariadelosangeles.org, Conduciendoaconciencia.org, Madresxlavida.blogspot.com.ar (damnificados de las drogas), Facebook.com/RedDeMadres (igual iniciativa), Infanciarobada.org.ar.
El panorama extranjero se abrió con las noticias: Ebadi, Shirin…, Clarín (Irán); Perez, Mariana…, Página 12 (Argelia); Flores, Felix…, Lavanguardia.com (Daguestán y Colombia); “Tres mujeres…”, Lavanguardia.com (Liberia y Yemen); “Las Madres…”, Efe.com, 31/8/2015 (India); “Las Madres…”, Efe.com, 13/4/2017 (Rusia); Lobo, Ramón…, Elpais.com (Liberia); Ferrer, Isabel…, Elpais.com (Bosnia); Iriarte, Daniel…, Abc.es (Turquía); Pareja, Deicy…, Eltiempo.com (Colombia); “Madres de…”, Eluniversal.com.mx (México); “Victims of…”, Dailyherald.com (Afganistán); Akhavan, Payam…, Opendemocracy.net (Irán); y Nee, William…, Amnesty.org (China). Además, fue imprescindible internet: Mouvement-mondial- des-meres.org (Movimiento Mundial de Madres), Nobelprize.org (Liberia y Yemen), Madresangustiadas.com (Guatemala), Momsdemandaction.org (EEUU) y Madd.org (ídem).
Por último, la indagación derivó hacia la Antigua Grecia de la mano de Nicole Loraux (pp. 17-40) e Inés Calero Secall (pp. 37-51). Ambas indican las coordenadas hacia los textos clásicos: Platón (libro III, 395, d-e), Arquíloco (fragmento 13, p. 47), Tucídides (libro II, 34, 4), Demóstenes (discurso 43, 62), Plutarco (Solón, 21, 5-7), Jenofonte (libro VI, 4, 16) y Tácito (VI, 10). Loraux invoca al arqueólogo polaco Franciszek Sokolowski, que reproduce en griego original la legislación de Gambrio (pp. 46-48) y Ceos (pp. 188-191), y menciona a su vez a Charles Fellows (pp. 29-30, traducción propia), última revelación en la génesis del capítulo.
Bibliografía
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Demóstenes. Discursos políticos. Gredos, Madrid, 1993 (siglo IV a. C.).
Duhalde, Eduardo Luis. El Estado terrorista argentino. Colihue, Buenos Aires, 2012 (1983).
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Jenofonte. Helénicas. Gredos, Madrid, 1994 (siglo IV a. C.).
Loreaux, Nicole. Madres en duelo. Abada, Madrid, 2004 (1990).
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Sófocles. Edipo Rey, Antígona. Centro Editor de Cultura, Buenos Aires, 2003 (siglo V a. C.).
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Tucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso. Gredos, Madrid, 1992 (siglo IV a. C.).
Academia
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Denissen, Marieke. Winning small battles, losing the war. Police violence, the Movimiento del Dolor and democracy in postauthoritarian Argentina. PhD thesis in Social Sciences. Utrecht University, The Nederlands, 2008.
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Iriarte, Daniel. «Madres de los desaparecidos en Turquía llevan 400 semanas pidiendo justicia». Abc.es, Madrid, 25/11/2012.
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Poema
¿Qué hará María? En la tierra / ya no se arraiga su vida / ¿Dónde irá? Su pecho encierra / tan honda y vivaz herida, / tanta congoja y pasión, / que para ella es infecundo / todo consuelo del mundo, / burla horrible su contento; / su compasión un tormento; / su sonrisa una irrisión.
Estos versos del poema La cautiva, de Esteban Echeverría, rinden homenaje a las mujeres que padecen la violencia ejercida sobre ellas y los suyos. Las heroínas de la presente crónica fueron ciudadanas, trabajadoras y amas de casa anónimas, hasta que la tragedia les asignó un bautismo inesperado: Madres del Dolor.
Citas y signos
La forma de reproducir los dichos de otros suele cambiar con los autores, los géneros y las tradiciones. Por eso, quizás sea útil explicitar el criterio aplicado en esta narración, que involucra dos signos ortográficos:
- El guion de diálogo o raya (—): Acompaña las declaraciones recogidas personalmente; esto quiere decir, producto del contacto del autor (también podría ser un colaborador suyo) con alguien; sea cara a cara o mediante algún sistema de comunicación, como por ejemplo el teléfono o internet. Estas citas son directas cuando refieren palabras del propio entrevistado e indirectas cuando reproducen los dichos de alguien contados por un tercero. Una función alternativa de la raya en la presente crónica es encerrar conceptos u oraciones aclaratorios.
- La comilla («): Se ha aplicado en las alocuciones extraídas de distintos registros materiales. La bibliografía anexa propone estas categorías: libros, academia, documentos, prensa, internet y audiovisual. Es el único cometido de la comilla en la historia.
2 Comentarios
Felicito a quienes han tomado esta iniciativa que hace hincapié en la pérdida de un hijo bajo cualquier forma de la violencia como causa inequívoca.
Irrefutable investigación periodística.